Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Abnegación.

Con esta perspectiva, convenceos de que si de veras deseamos seguir de cerca al Señor y prestar un servicio auténtico a Dios y a la humanidad entera, hemos de estar seriamente desprendidos de nosotros mismos: de los dones de la inteligencia, de la salud, de la honra, de las ambiciones nobles, de los triunfos, de los éxitos.

Me refiero también –porque hasta ahí debe llegar tu decisión– a esas ilusiones limpias, con las que buscamos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y precisa: Señor, quiero esto o aquello solo si a Ti te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa.

Para imitar a Jesucristo, el corazón ha de estar enteramente libre de apegamientos. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Pues quien quisiera salvar su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?8. Y comenta San Gregorio: «No bastaría vivir desprendidos de las cosas, si no renunciáramos además a nosotros mismos. Pero... ¿a dónde iremos fuera de nosotros? ¿Quién es el que renuncia, si a sí mismo se deja?

»Sabed que una es la situación nuestra en cuanto caídos por el pecado; y otra, en cuanto formados por Dios. De una forma hemos sido creados, y en otra distinta nos encontramos a causa de nosotros mismos. Renunciémonos, en lo que nos hemos convertido pecando, y mantengámonos como hemos sido constituidos por la gracia. Así, el que ha sido soberbio, si, convertido a Cristo, se hace humilde, ya ha renunciado a sí mismo; si un lujurioso cambia a una vida continente, también se ha renunciado en lo que antes era; si un avariento deja de codiciar y, en lugar de apoderarse de lo ajeno, comienza a ser generoso con lo propio, ciertamente se ha negado a sí mismo»9.

Señorío del cristiano

Corazones generosos, con desprendimiento verdadero, pide el Señor. Lo conseguiremos, si soltamos con entereza las amarras o los hilos sutiles que nos atan a nuestro yo. No os oculto que esta determinación exige una lucha constante, un saltar por encima del propio entendimiento y de la propia voluntad, una renuncia –en pocas palabras– más ardua que el abandono de los bienes materiales más codiciados.

Ese desprendimiento que el Maestro predicó, el que espera de todos los cristianos, comporta necesariamente también manifestaciones externas. Jesucristo coepit facere et docere10: antes que con la palabra, anunció su doctrina con las obras. Lo habéis visto nacer en un establo, en la carencia más absoluta, y dormir recostado sobre las pajas de un pesebre sus primeros sueños en la tierra. Luego, durante los años de sus andanzas apostólicas, entre otros muchos ejemplos, recordaréis su clara advertencia a uno de los que se ofrecieron para acompañarle como discípulo: las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; más el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza11. Y no dejéis de contemplar aquella escena, que recoge el Evangelio, en la que los Apóstoles, para mitigar el hambre, arrancan por el camino en un sábado unas espigas de trigo12.

Podría seguir señalándote una multitud de detalles –te he citado solo los que ahora me venían a la cabeza–, que puedes aprovechar a lo largo del día, para acercarte más y más a Dios, más y más a tu prójimo. Si te he mencionado esos ejemplos, insisto, no es porque yo desprecie las grandes penitencias; al contrario, se demuestran santas y buenas, y aun necesarias, cuando el Señor llama por ese camino, contando siempre con la aprobación de quien dirige tu alma. Pero te advierto que las grandes penitencias son compatibles también con las caídas aparatosas, provocadas por la soberbia. En cambio, con ese deseo continuo de agradar a Dios en las pequeñas batallas personales –como sonreír cuando no se tienen ganas: yo os aseguro, además, que en ocasiones resulta más costosa una sonrisa que una hora de cilicio–, es difícil dar pábulo al orgullo, a la ridícula ingenuidad de considerarnos héroes notables: nos veremos como un niño que apenas alcanza a ofrecer a su padre naderías, pero que son recibidas con inmenso gozo.

Luego, ¿un cristiano ha de ser siempre mortificado? Sí, pero por amor. Porque este tesoro de nuestra vocación lo llevamos en vasos de barro, para que se reconozca que la grandeza del poder es de Dios y no nuestra. Nos vemos acosados de toda suerte de tribulaciones, pero no por eso perdemos el ánimo; nos hallamos en grandes apuros, mas no por eso desesperados; somos perseguidos, mas no abandonados; abatidos, mas no enteramente perdidos; traemos siempre en nuestro cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús a fin de que la vida de Jesús se manifieste también en nuestros cuerpos23.

Notas
8

Mt XVI, 24-26.

9

S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 32, 2 (PL 76, 1233).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
10

Act I, 1.

11

Lc IX, 58.

12

Cfr. Mc II, 23.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
23

2 Cor IV, 7-10.

Referencias a la Sagrada Escritura