Lista de puntos

Hay 8 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Caridad → caridad y justicia.

Si somos veraces, seremos justos. No me cansaría jamás de referirme a la justicia, pero aquí solo podemos trazar algunos rasgos, sin perder de vista cuál es la finalidad de todas estas reflexiones: edificar una vida interior real y auténtica sobre los cimientos profundos de las virtudes humanas. Justicia es dar a cada uno lo suyo; pero yo añadiría que esto no basta. Por mucho que cada uno merezca, hay que darle más, porque cada alma es una obra maestra de Dios.

La mejor caridad está en excederse generosamente en la justicia; caridad que suele pasar inadvertida, pero que es fecunda en el Cielo y en la tierra. Es una equivocación pensar que las expresiones término medio o justo medio, como algo característico de las virtudes morales, significan mediocridad: algo así como la mitad de lo que es posible realizar. Ese medio entre el exceso y el defecto es una cumbre, un punto álgido: lo mejor que la prudencia indica. Por otra parte, para las virtudes teologales no se admiten equilibrios: no se puede creer, esperar o amar demasiado. Y ese amor sin límites a Dios revierte sobre quienes nos rodean, en abundancia de generosidad, de comprensión, de caridad.

El colirio de la propia debilidad

Vosotros, como yo, os encontraréis a diario cargados con muchos errores, si os examináis con valentía en la presencia de Dios. Cuando se lucha por quitarlos, con la ayuda divina, carecen de decisiva importancia y se superan, aunque parezca que nunca se consigue desarraigarlos del todo. Además, por encima de esas debilidades, tú contribuirás a remediar las grandes deficiencias de otros, siempre que te empeñes en corresponder a la gracia de Dios. Al reconocerte tan flaco como ellos –capaz de todos los errores y de todos los horrores–, serás más comprensivo, más delicado y, al mismo tiempo, más exigente para que todos nos decidamos a amar a Dios con el corazón entero.

Los cristianos, los hijos de Dios, hemos de asistir a los demás llevando a la práctica con honradez lo que aquellos hipócritas musitaban aviesamente al Maestro: no miras a la calidad de las personas12. Es decir, rechazaremos por completo la acepción de personas –¡nos interesan todas las almas!–, aunque, lógicamente, hayamos de comenzar por ocuparnos de las que por una circunstancia o por otra –también por motivos solo humanos, en apariencia– Dios ha colocado a nuestro lado.

No cabe escudarse en razones aparentemente piadosas, para expoliar a los otros de aquello que les pertenece: si alguno dice: sí, yo amo a Dios, al paso que aborrece a su hermano, es un mentiroso21. Pero también se engaña el que regatea al Señor el amor y la reverencia –la adoración– que le son debidos como Creador y Padre Nuestro; y el que se niega a obedecer a sus mandamientos, con la falsa excusa de que alguno resulta incompatible con el servicio a los hombres, pues claramente advierte San Juan que en esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Porque el amor de Dios consiste en que observemos sus mandatos; y sus mandatos no son pesados22.

Quizá oiréis a muchos –¡en nombre de la funcionalidad, cuando no de la caridad!– que peroran y se inventan teorías, con el fin de recortar las muestras de respeto y de homenaje a Dios. Todo lo que sea para honrar al Señor les parece excesivo. No les hagáis caso: vosotros continuad vuestro camino. Esas elucubraciones se limitan a controversias que a nada conducen, como no sea a escandalizar a las almas y a impedir que se cumpla el precepto de Jesucristo, de entregar a cada uno lo suyo, de practicar con delicada entereza la virtud santa de la justicia.

Las circunstancias de aquel siervo de la parábola, deudor de diez mil talentos26, reflejan bien nuestra situación delante de Dios: tampoco nosotros contamos con qué pagar la deuda inmensa que hemos contraído por tantas bondades divinas, y que hemos acrecentado al son de nuestros personales pecados. Aunque luchemos denodadamente, no lograremos devolver con equidad lo mucho que el Señor nos ha perdonado. Pero, a la impotencia de la justicia humana, suple con creces la misericordia divina. Él sí se puede dar por satisfecho, y remitirnos la deuda, simplemente porque es bueno e infinita su misericordia27.

La parábola –lo recordáis bien– termina con una segunda parte, que es como el contrapunto de la precedente. Aquel siervo, al que acaban de condonar un caudal enorme, no se apiada de un compañero, que le adeudaba apenas cien denarios. Es ahí donde se pone de manifiesto la mezquindad de su corazón. Estrictamente hablando, nadie le negará el derecho a exigir lo que es suyo; sin embargo, algo se rebela en nosotros y nos sugiere que esa actitud intolerante se aparta de la verdadera justicia: no es justo que quien, tan solo un momento antes, ha recibido un trato misericordioso de favor y de comprensión, no reaccione al menos con un poco de paciencia hacia su deudor. Mirad que la justicia no se manifiesta exclusivamente en el respeto exacto de derechos y de deberes, como en los problemas aritméticos que se resuelven a base de sumas y de restas.

La virtud cristiana es más ambiciosa: nos empuja a mostrarnos agradecidos, afables, generosos; a comportarnos como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos como en la adversidad; a ser cumplidores de las leyes y respetuosos con las autoridades legítimas; a rectificar con alegría, cuando advertimos que nos hemos equivocado al afrontar una cuestión. Sobre todo, si somos justos, nos atendremos a nuestros compromisos profesionales, familiares, sociales..., sin aspavientos ni pregones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros derechos, que son también deberes.

No creo en la justicia de los holgazanes, porque con su dolce far niente –como dicen en mi querida Italia– faltan, y a veces de modo grave, al más fundamental de los principios de la equidad: el del trabajo. No hemos de olvidar que Dios creó al hombre ut operaretur28, para que trabajara, y los demás –nuestra familia y nación, la humanidad entera– dependen también de la eficacia de nuestra labor. Hijos, ¡qué pobre idea tienen de la justicia quienes la reducen a una simple distribución de bienes materiales!

Justicia y caridad

Leed la Escritura Santa. Meditad una a una las escenas de la vida del Señor, sus enseñanzas. Considerad especialmente los consejos y las advertencias con que preparaba a aquel puñado de hombres que serían sus Apóstoles, sus mensajeros, de uno a otro confín de la tierra. ¿Cuál es la pauta principal que les marca? ¿No es el mandato nuevo de la caridad? Fue con amor como se abrieron paso en aquel mundo pagano y corrompido.

Convenceos de que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad. Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios. La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo, lo deifica: Dios es amor33. Hemos de movernos siempre por Amor de Dios, que torna más fácil querer al prójimo, y purifica y eleva los amores terrenos.

Para llegar de la estricta justicia a la abundancia de la caridad hay todo un trayecto que recorrer. Y no son muchos los que perseveran hasta el fin. Algunos se conforman con acercarse a los umbrales: prescinden de la justicia, y se limitan a un poco de beneficencia, que califican de caridad, sin percatarse de que aquello supone una parte pequeña de lo que están obligados a hacer. Y se muestran tan satisfechos de sí mismos, como el fariseo que pensaba haber colmado la medida de la ley porque ayunaba dos días por semana y pagaba el diezmo de todo cuanto poseía34.

La caridad, que es como un generoso desorbitarse de la justicia, exige primero el cumplimiento del deber: se empieza por lo justo; se continúa por lo más equitativo...; pero para amar se requiere mucha finura, mucha delicadeza, mucho respeto, mucha afabilidad: en una palabra, seguir aquel consejo del Apóstol: llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo35. Entonces sí: ya vivimos plenamente la caridad, ya realizamos el mandato de Jesús.

Para mí, no existe ejemplo más claro de esa unión práctica de la justicia con la caridad, que el comportamiento de las madres. Aman con idéntico cariño a todos sus hijos, y precisamente ese amor les impulsa a tratarlos de modo distinto –con una justicia desigual–, ya que cada uno es diverso de los otros. Pues, también con nuestros semejantes, la caridad perfecciona y completa la justicia, porque nos mueve a conducirnos de manera desigual con los desiguales, adaptándonos a sus circunstancias concretas, con el fin de comunicar alegría al que está triste, ciencia al que carece de formación, afecto al que se siente solo... La justicia establece que se dé a cada uno lo suyo, que no es igual que dar a todos lo mismo. El igualitarismo utópico es fuente de las más grandes injusticias.

Para actuar siempre así, como esas madres buenas, necesitamos olvidarnos de nosotros mismos, no aspirar a otro señorío que el de servir a los demás, como Jesucristo, que predicaba: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir36. Eso requiere la entereza de someter la propia voluntad al modelo divino, trabajar por todos, luchar por la felicidad eterna y el bienestar de los demás. No conozco mejor camino para ser justo que el de una vida de entrega y de servicio.

Quizá alguno piense que soy un ingenuo. No me importa. Aunque me califiquen de ese modo, porque todavía creo en la caridad, os aseguro que ¡creeré siempre! Y, mientras Él me conceda vida, continuaré ocupándome –como sacerdote de Cristo– de que haya unidad y paz entre los que, por ser hijos del mismo Padre Dios, son hermanos; de que la humanidad se comprenda; de que todos compartan el mismo ideal: ¡el de la Fe!

Acudamos a Santa María, la Virgen prudente y fiel, y a San José, su esposo, modelo acabado de hombre justo37. Ellos, que vivieron en la presencia de Jesús, el Hijo de Dios, las virtudes que hemos contemplado, nos alcanzarán la gracia de que arraiguen firmemente en nuestra alma, para que nos decidamos a conducirnos en todo momento como discípulos buenos del Maestro: prudentes, justos, llenos de caridad.

Notas
12

Mt XXII, 16.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
21

1 Ioh IV, 20.

22

1 Ioh V, 2-3.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
26

Cfr. Mt XVIII, 24.

27

Ps CV, 1.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
28

Gen II, 15.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
33

1 Ioh IV, 16.

34

Cfr. Lc XVIII, 12.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
35

Gal VI, 2.

36

Mt XX, 28.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
37

Cfr. Mt I, 19.

Referencias a la Sagrada Escritura