Lista de puntos

Hay 6 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Corredentores.

Con la mirada en la meta

Si os recuerdo estas verdades recias, es para invitaros a que examinéis atentamente los móviles que impulsan vuestra conducta, con el fin de rectificar lo que necesite rectificación, enderezando todo al servicio de Dios y de vuestros hermanos los hombres. Mirad que el Señor ha pasado a nuestro lado, nos ha mirado con cariño y nos ha llamado con su vocación santa, no por obras nuestras, sino por su beneplácito y por la gracia que nos ha sido otorgada en Jesucristo antes de todos los siglos14.

Purificad la intención, ocupaos de todas las cosas por amor a Dios, abrazando con gozo la cruz de cada día. Lo he repetido miles de veces, porque pienso que estas ideas deben estar esculpidas en el corazón de los cristianos: cuando no nos limitamos a tolerar y, en cambio, amamos la contradicción, el dolor físico o moral, y lo ofrecemos a Dios en desagravio por nuestros pecados personales y por los pecados de todos los hombres, entonces os aseguro que esa pena no apesadumbra.

No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso. Nosotros colaboramos como Simón de Cirene que, cuando regresaba de trabajar en su granja pensando en un merecido reposo, se vio forzado a poner sus hombros para ayudar a Jesús15. Ser voluntariamente Cireneo de Cristo, acompañar tan de cerca a su Humanidad doliente, reducida a un guiñapo, para un alma enamorada no significa una desventura, trae la certeza de la proximidad de Dios, que nos bendice con esa elección.

Con mucha frecuencia, no pocas personas me han comentado con asombro la alegría que, gracias a Dios, tienen y contagian mis hijos en el Opus Dei. Ante la evidencia de esta realidad, respondo siempre con la misma explicación, porque no conozco otra: el fundamento de su felicidad consiste en no tener miedo a la vida ni a la muerte, en no acogotarse ante la tribulación, en el esfuerzo cotidiano de vivir con espíritu de sacrificio, constantemente dispuestos –a pesar de la personal miseria y debilidad– a negarse a sí mismos, con tal de hacer el camino cristiano más llevadero y amable a los demás.

Quizá hasta estos momentos no nos habíamos sentido urgidos a seguir tan de cerca los pasos de Cristo. Quizá no nos habíamos percatado de que podemos unir a su sacrificio reparador nuestras pequeñas renuncias: por nuestros pecados, por los pecados de los hombres en todas las épocas, por esa labor malvada de Lucifer que continúa oponiendo a Dios su non serviam! ¿Cómo nos atreveremos a clamar sin hipocresía: Señor, me duelen las ofensas que hieren tu Corazón amabilísimo, si no nos decidimos a privarnos de una nimiedad o a ofrecer un sacrificio minúsculo en alabanza de su Amor? La penitencia –verdadero desagravio– nos lanza por el camino de la entrega, de la caridad. Entrega para reparar, y caridad para ayudar a los demás, como Cristo nos ha ayudado a nosotros.

De ahora en adelante, tened prisa en amar. El amor nos impedirá la queja, la protesta. Porque con frecuencia soportamos la contrariedad, sí; pero nos lamentamos; y entonces, además de desperdiciar la gracia de Dios, le cortamos las manos para futuros requerimientos. Hilarem enim datorem diligit Deus24. Dios ama al que da con alegría, con la espontaneidad que nace de un corazón enamorado, sin los aspavientos de quien se entrega como si prestara un favor.

La vocación cristiana, esta llamada personal del Señor, nos lleva a identificarnos con Él. Pero no hay que olvidar que Él ha venido a la tierra para redimir a todo el mundo, porque quiere que los hombres se salven1. No hay alma que no interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre2.

Al considerar estas verdades, vuelve a mi cabeza aquella conversación entre los Apóstoles y el Maestro, momentos antes del milagro de la multiplicación de los panes. Había acompañado a Jesús una gran muchedumbre. Levanta Nuestro Señor los ojos y pregunta a Felipe: ¿dónde compraremos pan, para dar de comer a toda esa gente?3. Felipe contesta, después de un cálculo rápido: doscientos denarios de pan no bastan, para que cada uno tome un bocado4. No tienen tanto dinero: han de acudir a una solución casera. Dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: aquí está un muchacho que ha traído cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tanta gente?5.

Vamos a acompañar a Cristo en esta pesca divina. Jesús está junto al lago de Genesaret y las gentes se agolpan a su alrededor, ansiosas de escuchar la palabra de Dios10. ¡Como hoy! ¿No lo veis? Están deseando oír el mensaje de Dios, aunque externamente lo disimulen. Quizá algunos han olvidado la doctrina de Cristo; otros –sin culpa de su parte– no la aprendieron nunca, y piensan en la religión como en algo extraño. Pero, convenceos de una realidad siempre actual: llega siempre un momento en el que el alma no puede más, no le bastan las explicaciones habituales, no le satisfacen las mentiras de los falsos profetas. Y, aunque no lo admitan entonces, esas personas sienten hambre de saciar su inquietud con la enseñanza del Señor.

Dejemos que narre San Lucas: en esto vio dos barcas a la orilla del lago, cuyos pescadores habían bajado, y estaban lavando las redes. Subiendo, pues, en una, que era de Simón, pidióle que la desviase un poco de tierra. Y sentándose dentro, predicaba desde la barca al numeroso concurso11. Cuando acabó su catequesis, ordenó a Simón: guía mar adentro, y echad vuestras redes para pescar12. Es Cristo el amo de la barca; es Él el que prepara la faena: para eso ha venido al mundo, para ocuparse de que sus hermanos encuentren el camino de la gloria y del amor al Padre. El apostolado cristiano no lo hemos inventado nosotros. Los hombres, si acaso, lo obstaculizamos: con nuestra torpeza, con nuestra falta de fe.

Replicóle Simón: Maestro, durante toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido13. La contestación parece razonable. Pescaban, ordinariamente, en esas horas; y, precisamente en aquella ocasión, la noche había sido infructuosa. ¿Cómo pescar de día? Pero Pedro tiene fe: no obstante, sobre tu palabra echaré la red14. Decide proceder como Cristo le ha sugerido; se compromete a trabajar fiado en la Palabra del Señor. ¿Qué sucede entonces? Habiéndolo hecho, recogieron tan gran cantidad de peces, que la red se rompía. Por lo que hicieron señas a los compañeros de la otra barca, para que viniesen y les ayudasen. Se acercaron inmediatamente y llenaron tanto las dos barcas, que faltó poco para que se hundiesen15.

Jesús, al salir a la mar con sus discípulos, no miraba solo a esta pesca. Por eso, cuando Pedro se arroja a sus pies y confiesa con humildad: apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador, Nuestro Señor responde: no temas, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar16. Y en esa nueva pesca, tampoco fallará toda la eficacia divina: instrumentos de grandes prodigios son los apóstoles, a pesar de sus personales miserias.

He predicado constantemente esta posibilidad, sobrenatural y humana, que Nuestro Padre Dios pone en las manos de sus hijos: participar en la Redención operada por Cristo. Me llena de alegría encontrar esta doctrina en los textos de los Padres de la Iglesia. San Gregorio Magno precisa: «Los cristianos quitan las serpientes, cuando desarraigan el mal del corazón de los demás con su exhortación al bien... La imposición de las manos sobre los enfermos para curarlos, se da cuando se observa que el prójimo se debilita en la práctica del bien y se le ofrece ayuda de mil maneras, robusteciéndole en virtud del ejemplo. Estos milagros son tanto más grandes en cuanto que suceden en el campo espiritual, trayendo la vida no a los cuerpos sino a las almas. También vosotros, si no os abandonáis, podréis obrar estos prodigios, con la ayuda de Dios»20.

Dios quiere que todos se salven: esto es una invitación y una responsabilidad, que pesan sobre cada uno de nosotros. La Iglesia no es un reducto para privilegiados. «¿Acaso la gran Iglesia es una exigua parte de la tierra? La gran Iglesia es el mundo entero»21. Así escribía San Agustín, y añadía: «A cualquier sitio que te dirijas, allí está Cristo. Tienes por heredad los confines de la tierra; ven, poséela toda conmigo»22. ¿Os acordáis de cómo estaban las redes? Cargadas hasta rebosar: no cabían más peces. Dios espera ardientemente que se llene su casa23; es Padre, y le gusta vivir con todos sus hijos alrededor.

Notas
14

2 Tim 1, 9.

15

Cfr. Mc XV, 21.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
24

2 Cor IX, 7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
1

Cfr. 1 Tim II, 4.

2

Cfr. 1 Petr I, 18-19.

3

Ioh VI, 5.

4

Ioh VI, 7.

5

Ioh VI, 8-9.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
10

Lc V, 1.

11

Lc V, 2-3.

12

Lc V, 4.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
13

Lc V, 5.

14

Lc V, 5.

15

Lc V, 6-7.

16

Lc V, 8. 10.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
20

S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 29, 4 (PL 76, 1215-1216).

21

S. Agustín, Enarrationes in Psalmos, 21, 2, 26 (PL 36, 177).

22

S. Agustín, Enarrationes in Psalmos, 21, 2, 30 (PL 36, 180).

23

Cfr. Lc XIV, 23.

Referencias a la Sagrada Escritura