Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas I» cuya materia es Vocación → cómo actuar ante una crisis.

Quiero ahora preveniros, contra un conflicto psicológico. Hace años me decía un buen fraile, prudente y piadoso: no olvides que cuando llega la gente a los cuarenta años, los casados se quieren descasar; los frailes, hacerse curas; los médicos, abogados; los abogados, ingenieros; y todo así: es como una hecatombe espiritual.

Las cosas no suceden exactamente como decía aquel religioso o, al menos, no son una regla tan general. Pero deseo que mis hijos conozcan este posible mal, y estén prevenidos, aunque pasen muy pocos por esta crisis. Si alguno de vuestros hermanos pasa por esta angustia, tendréis que ayudarle: rejuveneciendo y vigorizando su piedad, tratándole con especial cariño, dándole un quehacer agradable. Precisamente a los cuarenta años no será; pero puede ser a los cuarenta y cinco. Y habrá que procurar que haya una temporada de distensión: y no lo haremos con cuatro, sino con todos.

Siendo muy niños delante de Dios, no podemos estar infantilizados. A la Obra se viene con la edad conveniente para saber que tenemos los pies de barro, para saber que somos de carne y hueso. Sería ridículo darse cuenta en plena madurez de la vida: como una criatura de meses, que descubre asombrada sus propias manos y sus pies. Nosotros hemos venido a servir a Dios, conociendo toda nuestra poquedad y nuestra flaqueza, pero si nos hemos dado a Dios, el Amor nos impedirá ser infieles.

Por lo demás, ser desleales, agarrarse entonces a un amor de la tierra, estad seguros de que supondría el comienzo de una vida muy amarga, llena de tristeza, de vergüenza, de dolor. Hijos míos: afirmaos en este propósito de no vender jamás la primogenitura, de no cambiarla, al pasar los años, por un plato de lentejas**. Sería una gran pena malbaratar así tantos años de amor sacrificado. Decid: he jurado guardar los decretos de tu justicia, y quiero cumplir mi juramento54.

Dios, que premia siempre nuestra fidelidad y nos recuerda el omnia in bonum***, nos previene al mismo tiempo contra el peligro constante del envanecimiento, según aquellas palabras de San Agustín: a los que aman a Dios de este modo, todo contribuye para su mayor bien: absolutamente todas las cosas endereza Dios a su provecho, de suerte que aun a los que se desvían y extralimitan les hace progresar en la virtud, porque se vuelven más humildes y experimentados. Aprenden que en el mismo camino de la vida justa deben alborozarse con gozo y temblor, sin atribuirse presuntuosamente a sí mismos la seguridad con que caminan ni decirse en tiempo de la prosperidad: ya nunca caeremos55.

El que se quede agarrado a las zarzas del camino, se quedará por su propia voluntad, sabiendo que será un desgraciado, por haber vuelto la espalda al Amor de Cristo. Vuelvo a afirmar que todos tenemos miserias. Pero las miserias nuestras no nos deberán llevar nunca a desentendernos de la llamada de Dios, sino a acogernos a esa llamada, a meternos dentro de esa bondad divina, como los guerreros antiguos se metían dentro de su armadura: aquel ecce ego: quia vocasti me!97; aquí me tienes, porque me has llamado, es nuestra defensa. No hemos de ir contra la llamada de Dios, porque tenemos miserias; sino atacar las miserias, porque Dios nos llamó.

Cuando viene la dificultad y la tentación, el demonio más de una vez nos quiere hacer razonar así: como tienes esta miseria, es señal de que Dios no te llama, no puedes seguir adelante. Nosotros debemos advertir el sofisma de ese razonamiento, y pensar: como Dios me ha llamado, a pesar de este error, con la gracia del Señor saldré adelante.

Nuestra entrega nos confiere como un título −un derecho, por decirlo así− a las gracias convenientes para ser fieles al camino que emprendimos un día, porque Dios nos llamó. La fe nos dice que, cualesquiera que sean las circunstancias por que atravesemos, esas gracias no nos faltarán si no renunciamos voluntariamente a ellas. Pero nosotros debemos cooperar: dentro de esa cooperación está el ejercicio de la virtud de la fortaleza, y una parte de la fortaleza es la paciencia para soportar la prueba, la dificultad, la tentación y las propias miserias. El que fue probado y se mostró perfecto tendrá gloria perdurable. El que pudo prevaricar y no prevaricó, hacer el mal y no lo hizo, tiene asegurados sus bienes en el Señor98.

Desde la eternidad el Creador nos ha escogido para esta vida de completa entrega: elegit nos in ipso ante mundi constitutionem99, nos escogió antes de la creación del mundo. Ninguno de nosotros tiene el derecho, pase lo que pase, a dudar de su llamada divina: hay una luz de Dios, hay una fuerza interior dada gratuitamente por el Señor, que quiere que, junto a su Omnipotencia, vaya nuestra flaqueza; junto a su luz, la tiniebla de nuestra pobre naturaleza. Nos busca para corredimir, con una moción precisa, de la que no podemos dudar: porque tenemos, junto a mil razones que otras veces hemos considerado, una señal externa: el hecho de estar trabajando con pleno entregamiento en su Obra, sin que haya mediado un motivo humano. Si no nos hubiera llamado Dios, nuestro trabajo con tanto sacrificio en el Opus Dei nos haría dignos de un manicomio. Pero somos hombres cuerdos, luego hay algo físico, externo, que nos asegura de que esta llamada es divina: veni, sequere me100; ven, sígueme.

Notas
**

Cfr. Gn 25,29-34 (N. del E.)

54

Sal 119[118],106.

***

Cfr. Rm 8,28 (N. del E.)

55

S. Agustín de Hipona, De correptione et gratia liber unus, c. 9, 24 (CSEL 92, p. 247).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
97

1 R 3,6.9.

98

Si 31,10-11.

99

Ef 1,4.

100

Lc 18,22.

Referencias a la Sagrada Escritura