Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Cartas I» cuya materia es Caridad → y amor a la libertad.

Tratar a todos. Saber escuchar. Amigos de la libertad

Nosotros, hijos queridísimos, hemos de tratar a todos, no hemos de sentirnos incompatibles con nadie. Hay muchas razones sobrenaturales que nos lo exigen, y ya os he recordado bastantes; quiero ahora haceros notar otra más.

Cuando venimos a la Obra, no nos apartamos del mundo; en el mundo estábamos antes de la llamada de Cristo, y en el mundo seguimos luego, sin que hayan cambiado nuestras aficiones y nuestros gustos, nuestro quehacer profesional, nuestra manera de ser. No habéis de ser mundanos, pero seguís siendo del mundo, gente de la calle, iguales a tantas personas que diariamente conviven con vosotros en el trabajo, en el estudio, en la oficina, en el hogar.

De esa convivencia tomáis ocasión para acercar las almas a Cristo Jesús, y es lógico que no la rehuyáis. Más aún, es preciso que la busquéis, que la fomentéis, porque sois apóstoles, con un apostolado de amistad y de confidencia, y no podéis encerraros detrás de ningún muro que os aísle de vuestros compañeros: ni materialmente −porque no somos religiosos−, ni espiritualmente, porque el trato noble y sincero con todos es el medio humano de vuestra labor de almas.

Vuestra conducta con los demás tendrá así unas características que nacen de la caridad: delicadeza en el trato, buena educación, amor a la libertad ajena, cordialidad, simpatía. ¡Lo dice tan claro el Apóstol! Estando libre de todos, de todos me he hecho siervo, para ganar más almas. Con los judíos, viví como judío, para convertirlos; con los sujetos a la ley, he vivido como si estuviese sujeto a la ley, con no estarlo, sólo por ganar a los que vivían sujetos; con los que no estaban sujetos a la ley, he vivido como si yo tampoco lo estuviera −aunque tenía yo una ley respecto a Dios, teniendo la de Jesucristo− a cambio de ganar a los que vivían sin ley. Híceme flaco con los flacos, por ganar a los flacos; híceme todo para todos, por salvarlos a todos19.

Y añade la razón, cuando escribe a los Romanos: todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo. Pero ¿cómo le invocarán si no creen en Él? O ¿cómo creerán en Él, si de Él no han oído hablar? y ¿cómo oirán hablar de Él, si nadie les predica?20. Para predicar a Cristo, hijos míos, no debéis limitaros a hablar o a dar buen ejemplo; es menester también que escuchéis, que estéis dispuestos a entablar un diálogo franco y cordial con las almas que deseáis acercar a Dios.

Ciertamente encontraréis a muchos que, movidos por la gracia, no ansíen más que oír de vuestra boca la buena nueva; pero aun ésos tendrán cosas que decir: dudas, consultas, opiniones que quieren confrontar, dificultades. Escuchadles, tratadles, convivid con ellos para conocerles y para daros a conocer.

La Obra de Dios −no lo olvidéis− es lo más opuesto al fanatismo, lo más amigo de la libertad. Y estamos convencidos de que, para llevar a los demás la verdad, el procedimiento es rezar, comprender, tratarse; y luego, hacer discurrir y ayudar a estudiar las cosas.

Convivir con todos. Amigos de las personas: no, de sus errores. Apostolado universal

La vida de los hijos de Dios en su Obra es apostolado: de ahí nace en ellos el deseo constante de convivir con todos los hombres, de superar en la caridad de Cristo cualquier barrera. De ahí nace también su preocupación por hacer que desaparezca cualquier forma de intolerancia, de coacción y de violencia en el trato de unos hombres con otros.

Dios quiere que se le sirva en libertad, y por tanto no sería recto un apostolado que no respetase la libertad de las conciencias. Por eso, cada uno de vosotros, hijos míos, ha de procurar vivir en la práctica una caridad sin límites: comprendiendo a todos, disculpando a todos siempre que haya ocasión, teniendo, sí, un celo grande por las almas, pero un celo amable, sin modales hoscos ni gestos bruscos. No podemos colocar el error en el mismo plano que la verdad, pero −guardando siempre el orden de la caridad− debemos acoger con gran comprensión a los que están equivocados.

Siempre suelo insistir, para que os quede bien clara esta idea, en que la doctrina de la Iglesia no es compatible con los errores que van contra la fe. Pero ¿no podremos ser amigos leales de quienes practiquen esos errores? Si tenemos bien firme la conducta y la doctrina, ¿no podremos tirar con ellos del mismo carro, en tantos campos?

Por todos los caminos de la tierra nos quiere el Señor, sembrando la semilla de la comprensión, de la caridad, del perdón: in hoc pulcherrimo caritatis bello, en esta hermosísima guerra de amor, de disculpa y de paz.

No penséis que este espíritu es sólo algo bueno o aconsejable. Es mucho más, es un mandato imperativo de Cristo, el mandatum novum21 de que tanto os hablo, que nos obliga a querer a todas las almas, a comprender las circunstancias de los demás, a perdonar, si algo nos hicieren que merezca perdón. Nuestra caridad ha de ser tal, que cubra todas las deficiencias de la flaqueza humana, veritatem facientes in caritate22, tratando con amor al que yerra, pero no admitiendo componendas en lo que es de fe.

Notas
19

1 Co 9,19-22.

20

Rm 10,13-14.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
21

Jn 13,34.

22

Cfr. Ef 4,15.

Referencias a la Sagrada Escritura