Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Forja» cuya materia es Entrega → dedicación a Dios.

Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, «vocavi te nomine tuo» —te he llamado por tu nombre.

Como nuestra madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. —Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: «ecce ego, quia vocasti me» —aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro.

Es preciso ofrecer al Señor el sacrificio de Abel. Un sacrificio de carne joven y hermosa, lo mejor del rebaño: de carne sana y santa; de corazones que sólo tengan un amor: ¡Tú, Dios mío!; de inteligencias trabajadas por el estudio profundo, que se rendirán ante tu Sabiduría; de almas infantiles, que no pensarán más que en agradarte.

—Recibe, desde ahora, Señor, este sacrificio en olor de suavidad.

Hay que saber entregarse, arder delante de Dios como esa luz, que se pone sobre el candelero, para iluminar a los hombres que andan en tinieblas; como esas lamparillas que se queman junto al altar, y se consumen alumbrando hasta gastarse.

La santidad no consiste en grandes ocupaciones. —Consiste en pelear para que tu vida no se apague en el terreno sobrenatural; en que te dejes quemar hasta la última brizna, sirviendo a Dios en el último puesto…, o en el primero: donde el Señor te llame.

No te crees más obligaciones que… la gloria de Dios, su Amor, su Apostolado.

Señor, que desde ahora sea otro: que no sea "yo", sino "aquél" que Tú deseas.

—Que no te niegue nada de lo que me pidas. Que sepa orar. Que sepa sufrir. Que nada me preocupe, fuera de tu gloria. Que sienta tu presencia de continuo.

—Que ame al Padre. Que te desee a Ti, mi Jesús, en una permanente Comunión. Que el Espíritu Santo me encienda.

En la vida del cristiano, "todo" tiene que ser para Dios: también las debilidades personales, ¡rectificadas!, que el Señor comprende y perdona.

Los primeros Apóstoles, cuando el Señor los llamó, estaban junto a la barca vieja y junto a las redes rotas, remendándolas. El Señor les dijo que le siguieran; y ellos, statim —inmediatamente, relictis omnibus —abandonando todas las cosas, ¡todo!, le siguieron…

Y sucede algunas veces que nosotros —que deseamos imitarles— no acabamos de abandonar todo, y nos queda un apego en el corazón, un error en nuestra vida, que no queremos cortar, para ofrecérselo al Señor.

—¿Harás el examen de tu corazón bien a fondo? —No ha de quedar nada ahí, que no sea de El; si no, no le amamos bien, ni tú ni yo.

¿Por qué no pruebas a convertir en servicio de Dios tu vida entera: el trabajo y el descanso, el llanto y la sonrisa?

—Puedes…, ¡y debes!

No vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios: ¡esto es lo que nos ha de mover!

Jesús tenía, al morir en la Cruz, treinta y tres años. ¡La juventud no puede servir de excusa!

Además, cada día que pasa, ya vas dejando de ser joven… aunque con El tendrás su juventud eterna.

Agradece de todo corazón al Señor las potencias admirables…, y terribles, de la inteligencia y de la voluntad con las que ha querido crearte. Admirables, porque te hacen semejante a El; terribles, porque hay hombres que las enfrentan contra su Creador.

A mí, como síntesis de nuestro agradecimiento de hijos de Dios, se me ocurre decirle, ahora y siempre, a este Padre nuestro: «serviam!» —¡te serviré!

Referencias a la Sagrada Escritura
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