Lista de puntos

Hay 24 puntos en «Surco» cuya materia es Laboriosidad.

¿Que no tiene tiempo?… Mejor. Precisamente a Cristo le interesan los que no tienen tiempo.

El trabajo es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo.

El Señor, el mejor de los padres, colocó al primer hombre en el Paraíso, «ut operaretur» —para que trabajara.

Estudio, trabajo: deberes ineludibles en todo cristiano; medios para defendernos de los enemigos de la Iglesia y para atraer —con nuestro prestigio profesional— a tantas otras almas que, siendo buenas, luchan aisladamente. Son arma fundamentalísima para quien quiera ser apóstol en medio del mundo.

Pido a Dios que te sirvan también de modelo la adolescencia y la juventud de Jesús, lo mismo cuando argumentaba con los doctores del Templo, que cuando trabajaba en el taller de José.

¡Treinta y tres años de Jesús!…: treinta fueron de silencio y oscuridad; de sumisión y trabajo…

Me escribía aquel muchachote: “mi ideal es tan grande que no cabe más que en el mar”. —Le contesté: ¿y el Sagrario, tan “pequeño”?; ¿y el taller “vulgar” de Nazaret?

—¡En la grandeza de lo ordinario nos espera El!

Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza.

El heroísmo del trabajo está en “acabar” cada tarea.

Insisto: en la sencillez de tu labor ordinaria, en los detalles monótonos de cada día, has de descubrir el secreto —para tantos escondido— de la grandeza y de la novedad: el Amor.

Te está ayudando mucho —me dices— este pensamiento: desde los primeros cristianos, ¿cuántos comerciantes se habrán hecho santos?

Y quieres demostrar que también ahora resulta posible… —El Señor no te abandonará en este empeño.

Tú también tienes una vocación profesional, que te “aguijonea”. —Pues, ese “aguijón” es el anzuelo para pescar hombres.

Rectifica, por tanto, la intención, y no dejes de adquirir todo el prestigio profesional posible, en servicio de Dios y de las almas. El Señor cuenta también con “esto”.

Para acabar las cosas, hay que empezar a hacerlas.

—Parece una perogrullada, pero ¡te falta tantas veces esta sencilla decisión!, y… ¡cómo se alegra satanás de tu ineficacia!

¿Preocupaciones?… —Yo no tengo preocupaciones —te dije—, porque tengo muchas ocupaciones.

Pasas por una etapa crítica: un cierto temor vago; dificultad en adaptar el plan de vida; un trabajo agobiador, porque no te alcanzan las veinticuatro horas del día, para cumplir con todas tus obligaciones…

—¿Has probado a seguir el consejo del Apóstol: “hágase todo con decoro y con orden”?, es decir, en la presencia de Dios, con El, por El y sólo para El.

Cuando distribuyas tu tiempo, has de pensar también en qué emplearás los espacios libres que se presenten a horas imprevistas.

Siempre he entendido el descanso como apartamiento de lo contingente diario, nunca como días de ocio.

Descanso significa represar: acopiar fuerzas, ideales, planes… En pocas palabras: cambiar de ocupación, para volver después —con nuevos bríos— al quehacer habitual.

Ahora, que tienes muchas cosas que hacer, han desaparecido todos “tus problemas”… —Sé sincero: como te has decidido a trabajar por El, ya no te queda tiempo para pensar en tus egoísmos.

Las jaculatorias no entorpecen la labor, como el latir del corazón no estorba el movimiento del cuerpo.

Santificar el propio trabajo no es una quimera, sino misión de todo cristiano…: tuya y mía.

—Así lo descubrió aquel ajustador, que comentaba: “me vuelve loco de contento esa certeza de que yo, manejando el torno y cantando, cantando mucho —por dentro y por fuera—, puedo hacerme santo…: ¡qué bondad la de nuestro Dios!”

La labor se te antoja ingrata, especialmente cuando contemplas lo poco que aman a Dios tus compañeros, al paso que huyen de la gracia y del bien que deseas prestarles.

Has de procurar compensar tú todo lo que ellos omiten, dándote también a Dios en el trabajo —como no lo habías hecho hasta ahora—, convirtiéndolo en oración que sube al Cielo por la humanidad.

Trabajar con alegría no equivale a trabajar “alegremente”, sin profundidad, como quitándose de encima un peso molesto…

—Procura que, por atolondramiento o por ligereza, no pierdan valor tus esfuerzos y, a fin de cuentas, te expongas a presentarte ante Dios con las manos vacías.

Algunos se mueven con prejuicios en el trabajo: por principio, no se fían de nadie y, desde luego, no entienden la necesidad de buscar la santificación de su oficio. Si les hablas, te responden que no les añadas otra carga a la de su propia labor, que soportan de mala gana, como un peso.

—Esta es una de las batallas de paz que hay que vencer: encontrar a Dios en la ocupación y —con El y como El— servir a los demás.

Te asustas ante las dificultades, y te retraes. ¿Sabes qué resumen puede trazarse de tu comportamiento?: ¡comodidad, comodidad y comodidad!

Habías dicho que estabas dispuesto a gastarte, y a gastarte sin limitaciones, y te me quedas en aprendiz de héroe. ¡Reacciona con madurez!

Estudiante: aplícate con espíritu de apóstol a tus libros, con la convicción íntima de que esas horas y horas son ya, ¡ahora!, un sacrificio espiritual ofrecido a Dios, provechoso para la humanidad, para tu país, para tu alma.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura