Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Obediencia.

Hay que pedirte más: porque puedes dar más, y debes dar más. Piénsalo.

Oí en cierta ocasión que en las grandes batallas se repite un curioso fenómeno. Aunque la victoria esté asegurada de antemano por la superioridad numérica y de medios, luego, en el tráfago del combate, no faltan momentos en los que amenaza la derrota por la debilidad de un sector. Vienen entonces las órdenes tajantes del alto mando, y se cubren las brechas del flanco en dificultad.

—Pensé en ti y en mí. Con Dios, que no pierde batallas, seremos siempre vencedores. Por eso, en la pelea para la santidad, si te notas sin fuerzas, escucha los mandatos, haz caso, déjate ayudar,… porque El no falla.

Obedecer dócilmente. —Pero con inteligencia, con amor y sentido de responsabilidad, que nada tienen que ver con juzgar a quien gobierna.

En el apostolado, obedece sin fijarte en las condiciones humanas del que manda, ni en cómo manda. Lo contrario no es virtud.

Cruces hay muchas: de brillantes, de perlas, de esmeraldas, de esmaltes, de marfil…; también de madera, como la de Nuestro Señor. Todas merecen igual veneración, porque la Cruz nos habla del sacrificio del Dios hecho Hombre. —Lleva esta consideración a tu obediencia, sin olvidar que El se abrazó amorosamente, ¡sin dudarlo!, al Madero, y allí nos obtuvo la Redención.

Sólo después de haber obedecido, que es señal de rectitud de intención, haz la corrección fraterna, con las condiciones requeridas, y reforzarás la unidad por medio del cumplimiento de ese deber.

Se obedece con los labios, con el corazón y con la mente. —Se obedece no a un hombre, sino a Dios.

No amas la obediencia, si no amas de veras el mandato, si no amas de veras lo que te han mandado.

Muchos apuros se remedian enseguida. Otros, no inmediatamente. Pero todos se arreglarán, si somos fieles: si obedecemos, si cumplimos lo que está dispuesto.

El Señor quiere de ti un apostolado concreto, como el de la pesca de aquellos ciento cincuenta y tres peces grandes —y no otros—, cogidos a la derecha de la barca.

Y me preguntas: ¿cómo es que sabiéndome pescador de hombres, viviendo en contacto con muchos compañeros, y pudiendo distinguir hacia quiénes ha de ir dirigido mi apostolado específico, no pesco?… ¿Me falta Amor? ¿Me falta vida interior?

Escucha la respuesta de labios de Pedro, en aquella otra pesca milagrosa: —“Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra, echaré la red”.

En nombre de Jesucristo, empieza de nuevo. —Fortificado: ¡fuera esa flojera!

Obedece sin tantas cavilaciones inútiles… Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable. Pero sentirla nada más, no sólo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico.

No me lo invento yo. ¿Te acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus dos hijos… Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!; se goza, porque la disciplina es fruto del Amor.

La mayor parte de las desobediencias proviene de no saber “escuchar” el mandato, que en el fondo es falta de humildad o de interés en servir.

¿Quieres obedecer cabalmente?… Pues escucha bien, para comprender el alcance y el espíritu de lo que te indican; y, si algo no entiendes, pregunta.

¡A ver cuándo te convences de que has de obedecer!… Y desobedeces si, en lugar de cumplir el plan de vida, pierdes el tiempo. Todos tus minutos han de estar llenos: trabajo, estudio, proselitismo, vida interior.

Referencias a la Sagrada Escritura