Lista de puntos

Hay 9 puntos en «Surco» cuya materia es Comprensión → ante las flaquezas ajenas.

«Felix culpa!», canta la Iglesia… Bendito error el tuyo —te repito al oído—, si te ha servido para no recaer; y también para mejor comprender y ayudar al prójimo, que no es de más baja calidad que tú.

Puede suceder que haya, entre los católicos, algunos de poco espíritu cristiano; o que den esa impresión a quienes les tratan en un determinado momento.

Pero, si te escandalizaras de esta realidad, darías muestra de conocer poco la miseria humana y… tu propia miseria. Además, no es justo ni leal tomar ocasión de las debilidades de esos pocos, para difamar a Cristo y a su Iglesia.

¡Que el otro está lleno de defectos! Bien… Pero, además de que sólo en el Cielo están los perfectos, tú también arrastras los tuyos y, sin embargo, te soportan y, más aun, te estiman: porque te quieren con el amor que Jesucristo daba a los suyos, ¡que bien cargados de miserias andaban!

—¡Aprende!

Te quejas de que no es comprensivo… —Yo tengo la certeza de que hace lo posible por entenderte. Pero tú, ¿cuándo te esforzarás un poquito por comprenderle?

¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal; su conducta es reprobable e indigna; no demuestra categoría ninguna.

—¡Merece humanamente todo el desprecio!, has añadido.

—Insisto, te comprendo, pero no comparto tu última afirmación; esa vida mezquina es sagrada: ¡Cristo ha muerto para redimirla! Si El no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú?

Si tu amistad se rebaja hasta convertirse en cómplice de las miserias ajenas, se reduce a triste compadreo, que no merece el mínimo aprecio.

La indulgencia es proporcional a la autoridad. Un simple juez ha de condenar —quizá reconociendo los atenuantes— al reo convicto y confeso. El poder soberano de un país, algunas veces, concede una amnistía o un indulto. Al alma contrita, Dios la perdona siempre.

“A través de vosotros he visto a Dios, que olvidaba mis locuras y mis ofensas, y me acogía con cariño de Padre”. Esto escribió a los suyos, contrito, de regreso a la casa paterna, un hijo pródigo del siglo XX.

“Conozco a algunas y a algunos que no tienen fuerzas ni para pedir socorro”, me dices disgustado y apenado. —No pases de largo; tu voluntad de salvarte y de salvarles puede ser el punto de partida de su conversión. Además, si recapacitas, advertirás que también a ti te tendieron la mano.