118

También tiene su historia lo del lucero… Son esas grandes estrellas que parpadean por la noche, allá arriba, en la altura, en el cielo azulado y oscuro, como grandes diamantes de una claridad fabulosa. Así es de clara vuestra vocación: la de cada uno y la mía. Yo, que soy muy miserable y he ofendido mucho a Nuestro Señor, que no he sabido corresponder y he sido un cobarde, tengo que agradecer a Dios no haber dudado nunca de mi vocación, ni de la divinidad de mi vocación. Vosotros tampoco debéis dudar. Si no, no estarías aquí. Agradecédselo al Señor.

Cuando pasen los años, y yo haya ido a dar cuentas a Dios… «Da mihi rationem villicationis tuæ»4, dame cuenta de tu administración… Era muy joven cuando escribí –y lo repetiré ahora, con paladeo de miel– que Jesús no será mi Juez ni el vuestro: será Jesús, un Dios que perdona.

Cavabianca es uno de tantos puntos de ignición como prenderéis vosotros en el mundo. Lo veis nacer, contribuís trabajando como un obrero más, tantas horas. Así hemos hecho siempre. Invoco en este momento a Chiqui*** –hoy celebraba su santo– para que se asocie con los demás que están en la Casa del Cielo; al Señor le gustará que le tenga presente.

En aquellos tiempos disponíamos de muy pocos muebles. Teníamos ropa, que me habían dado unos grandes almacenes a crédito, para pagarla cuando pudiera. Y no teníamos armarios para guardarla. En el suelo habíamos puesto con mucho cuidado unos papeles de periódico, y encima la ropa: cantidades inmensas. Entonces me parecían inmensas; ahora me parecerían ridículas. Y encima, más papeles, para resguardarla del polvo… ¡Han cambiado un poco las circunstancias, eh! Ahora podéis más, tenéis más medios.

Pues me traje del Rectorado de Santa Isabel un acetre con agua bendita y un hisopo. Mi hermana Carmen me había hecho un roquete espléndido, con un encaje así de grande confeccionado por ella misma con bolillos. También me traje de Santa Isabel una estola y un ritual, y fui bendiciendo la casa vacía: con una solemnidad y alegría, ¡con una seguridad!… Nuestra mayor ilusión era poner el oratorio, cosa que ahora os parece tan fácil; ¿verdad, hijos míos? Y es fácil porque hemos logrado, desde hace muchos años, tener jurídicamente el derecho a poner oratorios semipúblicos con Nuestro Señor reservado. Pero entonces no teníamos derecho a nada.

Había que colocar una especie de baldaquino –lo hicimos de madera– con una tela arriba, porque la Iglesia ordena que se cubra si vive gente encima del lugar donde está el Sagrario. Y el pobre Chiqui llegó en buen momento. Yo, que no le conocía, le dije: ¡hombre, Chiqui, muy bien! Ten, coge este martillo y unos clavos, y ¡hala!, a clavar allí arriba… Por ahí empezó. Era un niño bien, como don Álvaro.

Hijos míos, ya veis que hemos puesto medios divinos; medios que, para la gente de la tierra, no son una cosa proporcionada. Yo lo veo ahora; entonces no me daba cuenta de que era el Espíritu Santo el que nos llevaba y nos traía. No estamos nunca solos: tenemos Maestro y Amigo.

Bien, vamos a dar la bendición. Álvaro, ayúdame.

Notas
4

Cfr. Lc 16,2.

***

** «Chiqui»: José María Hernández Garnica (1913-1972), uno de los primeros miembros del Opus Dei que recibió la ordenación sacerdotal, y que trabajó mucho en diversos países. Está abierta su causa de canonización (N. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma