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       Los textos de la liturgia de este domingo forman una cadena de invocaciones al Señor. Le decimos que es nuestro apoyo, nuestra roca, nuestra defensa1. La oración recoge también ese motivo del introito: Tú no privas nunca de tu luz a aquellos que se establecen en la solidez de tu amor2. 

       En el gradual, seguimos recurriendo a Él: en los momentos de angustia he invocado al Señor…Libra, oh Señor, mi alma de los labios mentirosos, de las lenguas que engañan. ¡Señor!, me refugio en ti3.  Conmueve esta insistencia de Dios, nuestro Padre, empeñado en recordarnos que debemos acudir a su misericordia pase lo que pase, siempre. También ahora: en estos momentos, en los que voces confusas surcan la Iglesia; son tiempos de extravío, porque tantas almas no dan con buenos pastores, otros Cristos, que los guíen al Amor del Señor; y encuentran en cambio ladrones y salteadores que vienen para robar, matar y destruir4.

No temamos. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, habrá de ser indefectiblemente el camino y el ovil del Buen Pastor, el fundamento robusto y la vía abierta a todos los hombres. Lo acabamos de leer en el Santo Evangelio: sal a los caminos y cercados e impele a los que halles a que vengan, para que se llene mi casa5.

Notas
1Cfr. Ps XVII, 19-20. 2-3. Introito de la Misa.
2Oración del Domingo segundo después de Pentecostés.
3Ps CXIX, 1 y 2; Ps VII, 2. Gradual de la Misa.
4Ioh X, 8 y 10.
5Lc XIV, 23.
4Ioh X, 8 y 10.
5Lc XIV, 23.
4Ioh X, 8 y 10.
5Lc XIV, 23.
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