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      La Iglesia no es un partido político, ni una ideología social, ni una organización mundial de concordia o de progreso material, aun reconociendo la nobleza de esas y de otras actividades. La Iglesia ha desarrollado siempre y desarrolla una inmensa labor en beneficio de los necesitados, de los que sufren, de todos cuantos padecen de alguna manera las consecuencias del único verdadero mal, que es el pecado. Y a todos -a aquellos de cualquier forma menesterosos, y a los que piensan gozar de la plenitud de los bienes de la tierra- la Iglesia viene a confirmar una sola cosa esencial, definitiva: que nuestro destino es eterno y sobrenatural, que sólo en Jesucristo nos salvamos para siempre, y que sólo en El alcanzaremos ya de algún modo en esta vida la paz y la felicidad verdaderas.

      Pedid conmigo ahora a Dios Nuestro Señor que los católicos no olvidemos nunca estas verdades, y que nos decidamos a ponerlas en práctica. La Iglesia Católica no precisa el visto bueno de los hombres, porque es obra de Dios.

      Católicos nos mostraremos por los frutos de santidad que demos, porque la santidad no admite fronteras ni es patrimonio de ningún particularismo humano. Católicos nos mostraremos si rezamos, si procuramos dirigirnos a Dios de continuo, si nos esforzamos siempre y en todo por ser justos -en el más amplio alcance del término justicia, utilizado en estos tiempos no raramente con un matiz materialista y erróneo-, si amamos y defendemos la libertad personal de los demás hombres.       

      Os recuerdo también otro signo claro de la catolicidad de la Iglesia: la fiel conservación y administración de los Sacramentos tal como han sido instituidos por Jesucristo, sin tergiversaciones humanas ni malos intentos de condicionarlos psicológica o sociológicamente. Porque nadie puede determinar lo que está bajo la potestad de otro, sino sólo lo que está dentro de su poder. Y como la santificación del hombre queda bajo la potestad de Dios santificante, no le corresponde al hombre establecer según su juicio qué cosas le han de santificar, sino que ésto ha de ser determinado por institución divina31.  Aquellos intentos de quitar universalidad a la esencia de los Sacramentos, tendrían quizá justificación si se tratase sólo de signos, de símbolos, que operasen por leyes naturales de comprensión y entendimiento. Pero los Sacramentos de la Nueva Ley son a la vez causas y signos. Por eso se enseña comúnmente que causan lo que significan. De ahí que conserven perfectamente la razón de Sacramento en cuanto se ordenan a algo sagrado, no sólo a modo de signo, sino también como causas32.

Notas
31SANTO TOMÁS, S. Th. III, q.60, a.5.
32Ibidem., q.62, a. 1 ad1.
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