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      Para comenzar, quiero recordaros las palabras que nos propone San Cipriano: se nos presenta la Iglesia universal como un pueblo que obtiene su unidad a partir de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo1 . No os extrañe, por eso, que en esta fiesta de la Santísima Trinidad la homilía pueda tratar de la Iglesia; porque la Iglesia se enraiza en el misterio fundamental de nuestra fe católica: el de Dios uno en esencia y trino en personas.

      La Iglesia centrada en la Trinidad: así la han visto siempre los Padres. Mirad qué claras las palabras de San Agustín: Dios, pues, habita en su templo; no sólo el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo… Por tanto, la santa Iglesia es el templo de Dios, esto es, de la Trinidad entera2.

      Cuando el próximo domingo nos reunamos de nuevo, nos detendremos sobre otro de los aspectos maravillosos de la Santa Iglesia: esas notas que dentro de poco recitaremos en el Credo, después de cantar nuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Et in Spiritum Sanctum decimos. Y, a continuación, et unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam3, confesamos que hay Una sola Iglesia, Santa, Católica y Apostólica.

      Todos los que han amado de verdad a la Iglesia han sabido poner en relación esas cuatro notas con el más inefable misterio de nuestra santa religión: la Trinidad Beatísima. Nosotros creemos en la Iglesia de Dios, Una, Santa, Católica y Apostólica, en la que recibimos la doctrina; conocemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo4.

Notas
1De oratione dominica 23; PL 4, 553.
2S. Agustín, Enchiridion 56, 15; PL 40, 259.
3Credo de la Santa Misa
4S. Juan Damasceno, adversum Icon 12; PG 96, 1358, D.
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