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El fin de la Iglesia

      San Pablo, en el primer capítulo de la epístola a los Efesios, afirma que el misterio de Dios, anunciado por Cristo, se realiza en la Iglesia. Dios Padre ha puesto todas las cosas bajo los pies de Cristo y le ha constituido cabeza de toda la Iglesia, que es su cuerpo, y en la cual aquel que lo completa todo en todos halla el complemento17. El misterio de Dios es restaurar en Cristo, cumplidos los tiempos prescritos, todas las cosas de los cielos y las de la tierra18.

      Un misterio insondable, de pura gratuidad de amor: porque nos escogió antes de la creación del mundo, para ser santos y sin mancha en su presencia, por la caridad19. No tiene límites el Amor de Dios: el mismo San Pablo anuncia que el Salvador Nuestro quiere que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad20.

      Este, y no otro, es el fin de la Iglesia: la salvación de las almas, una a una. Para eso el Padre envió al Hijo, y yo os envió también a vosotros21. De ahí el mandato de dar a conocer la doctrina y de bautizar, para que en el alma habite, por la gracia, la Trinidad Beatísima: a mí se me ha otorgado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, e instruid a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñando a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos de que yo permaneceré continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos22.

      Son las palabras sencillas y sublimes del final del Evangelio de San Mateo: ahí está señalada la obligación de predicar las verdades de fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de la continua asistencia de Cristo a su Iglesia. No se es fiel al Señor si se desatienden esas realidades sobrenaturales: la instrucción en la fe y en la moral cristianas, la práctica de los Sacramentos. Con este mandato Cristo funda su Iglesia. Todo lo demás es secundario.

Notas
17Eph I, 22-23.
18Eph I, 10.
19Eph I, 4-
201 Tim II, 4.
21Ioan XX, 21.
22Mt XXVIII, 18-20.
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