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Pero no olvidemos que la conciencia puede culpablemente deformarse, endurecerse en el pecado y resistir a la acción salvadora de Dios. De ahí la necesidad de predicar la doctrina de Cristo, las verdades de fe y las normas morales; y de ahí también la necesidad de los Sacramentos, instituídos todos por Jesucristo como causas instrumentales de su gracia32 y remedios para las miserias consiguientes a nuestro estado de naturaleza caída33. De ahí se deduce además que conviene acudir frecuentemente a la Penitencia y a la Comunión Eucarística.
Queda, por tanto, bien concretada la tremenda responsabilidad de todos en la Iglesia y especialmente de los pastores, con los consejos de San Pablo: te conjuro, pues, delante de Dios y de Jesucristo que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, al tiempo de su venida y de su reino: predica la palabra de Dios, insiste, con ocasión y sin ella, reprende, ruega, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo en el que los hombres no podrán sufrir la sana doctrina, sino que, teniendo una comezón extremada de oír doctrinas acomodadas a sus pasiones, recurrirán a una caterva de doctores propios, para satisfacer sus deseos, y cerrarán los oídos a la verdad y los aplicarán a las fábulas34.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/amar-a-la-iglesia/26/ (24/04/2024)