4

      Algunos afirman que quedamos pocos en la Iglesia; yo les contestaría que, si todos custodiásemos con lealtad la doctrina de Cristo, pronto crecería considerablemente el número, porque Dios quiere que se llene su casa. En la Iglesia descubrimos a Cristo, que es el Amor de nuestros amores. Y hemos de desear para todos esta vocación, este gozo íntimo que nos embriaga el alma, la dulzura clara del Corazón misericordioso de Jesús.

      Debemos ser ecuménicos, se oye repetir. Sea. Sin embargo, me temo que, detrás de algunas iniciativas autodenominadas ecuménicas, se cele un fraude: pues son actividades que no conducen al amor de Cristo, a la verdadera vid. Por eso carecen de fruto. Yo pido al Señor cada día que agrande mi corazón, para que siga convirtiendo en sobrenatural este amor que ha puesto en mi alma hacia todos los hombres, sin distinción de raza, de pueblo, de condiciones culturales o de fortuna. Estimo sinceramente a todos, católicos y no católicos, a los que creen en algo y a los que no creen, que me causan tristeza. Pero Cristo fundó una sola Iglesia, tiene una sola Esposa.

      ¿La unión de los cristianos? Sí. Más aún: la unión de todos los que creen en Dios. Pero sólo existe una Iglesia verdadera. No hay que reconstruirla con trozos dispersos por todo el mundo. Y no necesita pasar por ningún tipo de purificación, para luego encontrarse finalmente limpia. La Esposa de Cristo no puede ser adúltera, porque es incorruptible y pura. Sólo una casa conoce, guarda la inviolabilidad de un solo tálamo con pudor casto. Ella nos conserva para Dios, ella destina para el Reino a los hijos que ha engendrado. Todo el que se separa de la Iglesia se une a una adúltera, se aleja de las promesas de la Iglesia: y no logrará las recompensas de Cristo quien abandona la Iglesia de Cristo18. 

Notas
18SAN CIPRIANO, o.c.
Este punto en otro idioma