Josemaría Escrivá Obras
126

Terminamos con una consideración que nos ofrece el Evangelio de la Misa de hoy: seis días antes de la Pascua, vino Jesús a Betania, donde había muerto Lázaro, a quien Jesús resucitó. Allí le prepararon una cena: servía Marta, y Lázaro era uno de los que estaban con El a la mesa. Entonces María tomó una libra de ungüento de nardo puro y de gran precio, y lo derramó sobre los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos, llenándose la casa de la fragancia del perfume. ¡Qué prueba tan clara de magnanimidad el derroche de María! Judas se lamenta de que se haya echado a perder un perfume que valía —con su codicia, ha hecho muy bien sus cálculos— por lo menos trescientos denarios.

El verdadero desprendimiento lleva a ser muy generosos con Dios y con nuestros hermanos; a moverse, a buscar recursos, a gastarse para ayudar a quienes pasan necesidad. No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por un motivo de caridad, y por un motivo de justicia, como escribía San Pablo a los de Roma: la Macedonia y la Acaya han tenido a bien hacer una colecta para socorrer a los pobres de entre los santos de Jerusalén. Así les ha parecido, y en verdad obligación les tienen. Porque si los gentiles han sido hecho partícipes de los bienes espirituales de los judíos, deben también aquéllos hacer partícipes a éstos de sus bienes temporales.

No seáis mezquinos ni tacaños con quien tan generosamente se ha excedido con nosotros, hasta entregarse totalmente, sin tasa. Pensad: ¿cuánto os cuesta —también económicamente— ser cristianos? Pero, sobre todo, no olvidéis que Dios ama al que da con alegría. Por lo demás, poderoso es el Señor para colmaros de todo bien, de suerte que, contentos siempre con tener en todas las cosas lo suficiente, estéis sobrados para ejercitar todo tipo de obras buenas.

Al acercarnos, durante esta Semana Santa, a los dolores de Jesucristo, vamos a pedir a la Santísima Virgen que, como Ella, sepamos también nosotros ponderar y conservar todas estas enseñanzas en nuestros corazones.

Anterior Ver capítulo Siguiente