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Como el latir del corazón

Mientras yo hablo, sé que vosotros, en la presencia de Dios, procuráis ir revisando vuestro comportamiento. ¿No es verdad que la mayoría de esas desazones que han inquietado tu alma, de esas faltas de paz, obedecen a que no has correspondido a las invitaciones divinas; o bien, a que estabas quizá recorriendo la senda de los hipócritas, porque te buscabas a ti mismo? Con el triste intento de mantener ante los que te rodean la mera apariencia de una actitud cristiana, en tu interior te negabas a aceptar la renuncia, a mortificar tus pasiones torcidas, a darte sin condiciones, abnegadamente, como Jesucristo.

Mirad, en estos ratos de meditación ante el Sagrario, no os podéis limitar a escuchar las palabras que pronuncia el sacerdote como materializando la oración íntima de cada uno. Yo te presento unas consideraciones, te señalo unos puntos, para que tú los recojas activamente, y reflexiones por tu cuenta, convirtiéndolos en tema de un coloquio personalísimo y silencioso entre Dios y tú, de manera que los apliques a tu situación actual y, con las luces que el Señor te brinda, distingas en tu conducta lo que va derechamente de lo que discurre por mal camino, para rectificar con su gracia.

Agradece al Señor ese cúmulo de buenas obras que has realizado, desinteresadamente, porque puedes cantar con el salmista: Él me sacó de una horrible hoya, de fangosa charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis pasos16. Pídele también perdón por tus omisiones o por tus pisadas en falso, cuando te has introducido en ese lamentable laberinto de la hipocresía, al afirmar que deseabas la gloria de Dios y el bien de tu prójimo, pero en verdad te honrabas a ti mismo... Sé audaz, sé generoso, y di que no: que ya no quieres defraudar más al Señor y a la humanidad.

Notas
16

Ps XXXIX, 3.

Referencias a la Sagrada Escritura
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