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Tomemos otros ejemplos, también de la vida corriente. San Pablo los menciona: los que han de competir en la palestra, guardan en todo una exacta continencia; y no es sino para alcanzar una corona perecedera, al paso que nosotros la esperamos eterna17. Os basta echar una mirada a vuestro alrededor. Fijaos a cuántos sacrificios se someten de buena o de mala gana, ellos y ellas, por cuidar el cuerpo, por defender la salud, por conseguir la estimación ajena... ¿No seremos nosotros capaces de removernos ante ese inmenso amor de Dios tan mal correspondido por la humanidad, mortificando lo que haya de ser mortificado, para que nuestra mente y nuestro corazón vivan más pendientes del Señor?

Se ha trastocado de tal forma el sentido cristiano en muchas conciencias que, al hablar de mortificación y de penitencia, se piensa solo en esos grandes ayunos y cilicios que se mencionan en los admirables relatos de algunas biografías de santos. Al iniciar esta meditación, hemos sentado la premisa evidente de que hemos de imitar a Jesucristo, como modelo de conducta. Ciertamente, preparó el comienzo de su predicación retirándose al desierto, para ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches18, pero antes y después practicó la virtud de la templanza con tanta naturalidad, que sus enemigos aprovecharon para tacharle calumniosamente de hombre voraz y bebedor, amigo de publicanos y gentes de mala vida19.

Notas
17

1 Cor IX, 25.

18

Cfr. Mt IV, 1-11.

19

Lc VII, 34.

Referencias a la Sagrada Escritura
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