140

Quizá hasta estos momentos no nos habíamos sentido urgidos a seguir tan de cerca los pasos de Cristo. Quizá no nos habíamos percatado de que podemos unir a su sacrificio reparador nuestras pequeñas renuncias: por nuestros pecados, por los pecados de los hombres en todas las épocas, por esa labor malvada de Lucifer que continúa oponiendo a Dios su non serviam! ¿Cómo nos atreveremos a clamar sin hipocresía: Señor, me duelen las ofensas que hieren tu Corazón amabilísimo, si no nos decidimos a privarnos de una nimiedad o a ofrecer un sacrificio minúsculo en alabanza de su Amor? La penitencia –verdadero desagravio– nos lanza por el camino de la entrega, de la caridad. Entrega para reparar, y caridad para ayudar a los demás, como Cristo nos ha ayudado a nosotros.

De ahora en adelante, tened prisa en amar. El amor nos impedirá la queja, la protesta. Porque con frecuencia soportamos la contrariedad, sí; pero nos lamentamos; y entonces, además de desperdiciar la gracia de Dios, le cortamos las manos para futuros requerimientos. Hilarem enim datorem diligit Deus24. Dios ama al que da con alegría, con la espontaneidad que nace de un corazón enamorado, sin los aspavientos de quien se entrega como si prestara un favor.

Notas
24

2 Cor IX, 7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma