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De nuevo vienen a mi cabeza los recuerdos de mi juventud. ¡Qué demostración de fe, aquélla! Me parece oír todavía el canto litúrgico, respirar el aroma del incienso, ver miles y miles y miles de hombres, cada uno con su gran cirio –que es como el símbolo de su miseria–, pero con corazón de niños: una criatura que quizá no logra alzar sus ojos hacia la cara de su padre. Reconoce y advierte cuán malo y amargo es para ti haberte apartado de tu Dios15. Renovemos la firme decisión de no apartarnos nunca del Señor por los afanes de la tierra. Aumentemos, con propósitos concretos para nuestra conducta, la sed de Dios: como criaturas que reconocen la propia indigencia, y buscan, llaman, incesantemente a su Padre.

Pero, vuelvo a lo que os comentaba antes: hay que aprender a ser como niños, hay que aprender a ser hijo de Dios. Y, de paso, transmitir a los demás esa mentalidad que, en medio de las naturales flaquezas, nos hará fuertes en la fe16, fecundos en las obras, y seguros en el camino, de forma que cualquiera que sea la especie del error que podamos cometer, aun el más desagradable, no vacilaremos nunca en reaccionar, y en retornar a esa senda maestra de la filiación divina que acaba en los brazos abiertos y expectantes de nuestro Padre Dios.

¿Quién de vosotros no se acuerda de los brazos de su padre? Probablemente no serían tan mimosos, tan dulces y delicados como los de la madre. Pero aquellos brazos robustos, fuertes, nos apretaban con calor y con seguridad. Señor, gracias por esos brazos duros. Gracias por esas manos fuertes. Gracias por ese corazón tierno y recio. ¡Iba a darte gracias también por mis errores! ¡No, que no los quieres! Pero los comprendes, los disculpas, los perdonas.

Esta es la sabiduría que Dios espera que ejercitemos en el trato con Él. Esa sí que es una manifestación de ciencia matemática: reconocer que somos un cero a la izquierda... Pero nuestro Padre Dios nos ama a cada uno tal como somos; ¡tal como somos! Yo –y no soy más que un pobre hombre– os quiero a cada uno como sois; ¡imaginaos cómo será el Amor de Dios!, con tal que luchemos, con tal de que nos empeñemos en poner la vida en la línea de nuestra conciencia, bien formada.

Notas
15

Ier II, 19.

16

1 Pet V, 9.

Referencias a la Sagrada Escritura
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