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El colirio de la propia debilidad

Vosotros, como yo, os encontraréis a diario cargados con muchos errores, si os examináis con valentía en la presencia de Dios. Cuando se lucha por quitarlos, con la ayuda divina, carecen de decisiva importancia y se superan, aunque parezca que nunca se consigue desarraigarlos del todo. Además, por encima de esas debilidades, tú contribuirás a remediar las grandes deficiencias de otros, siempre que te empeñes en corresponder a la gracia de Dios. Al reconocerte tan flaco como ellos –capaz de todos los errores y de todos los horrores–, serás más comprensivo, más delicado y, al mismo tiempo, más exigente para que todos nos decidamos a amar a Dios con el corazón entero.

Los cristianos, los hijos de Dios, hemos de asistir a los demás llevando a la práctica con honradez lo que aquellos hipócritas musitaban aviesamente al Maestro: no miras a la calidad de las personas12. Es decir, rechazaremos por completo la acepción de personas –¡nos interesan todas las almas!–, aunque, lógicamente, hayamos de comenzar por ocuparnos de las que por una circunstancia o por otra –también por motivos solo humanos, en apariencia– Dios ha colocado a nuestro lado.

Notas
12

Mt XXII, 16.

Referencias a la Sagrada Escritura
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