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No cabe escudarse en razones aparentemente piadosas, para expoliar a los otros de aquello que les pertenece: si alguno dice: sí, yo amo a Dios, al paso que aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pero también se engaña el que regatea al Señor el amor y la reverencia la adoración que le son debidos como Creador y Padre Nuestro; y el que se niega a obedecer a sus mandamientos, con la falsa excusa de que alguno resulta incompatible con el servicio a los hombres, pues claramente advierte San Juan que en esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Porque el amor de Dios consiste en que observemos sus mandatos; y sus mandatos no son pesados.
Quizá oiréis a muchos ¡en nombre de la funcionalidad, cuando no de la caridad! que peroran y se inventan teorías, con el fin de recortar las muestras de respeto y de homenaje a Dios. Todo lo que sea para honrar al Señor les parece excesivo. No les hagáis caso: vosotros continuad vuestro camino. Esas elucubraciones se limitan a controversias que a nada conducen, como no sea a escandalizar a las almas y a impedir que se cumpla el precepto de Jesucristo, de entregar a cada uno lo suyo, de practicar con delicada entereza la virtud santa de la justicia.
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