Josemaría Escrivá Obras
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El ejemplo de Cristo

Jesucristo, Señor Nuestro, a lo largo de su vida terrena, ha sido cubierto de improperios, le han maltratado de todas las maneras posibles. ¿Os acordáis? Propalan que se comporta como un revoltoso y afirman que está endemoniado. En otra ocasión interpretan mal las manifestaciones de su Amor infinito, y le tachan de amigo de pecadores.

Más tarde, a El, que es la penitencia y la templanza, le echan en cara que frecuenta la mesa de los ricos. También le llaman despectivamente fabri filius, hijo del trabajador, del carpintero, como si fuera una injuria. Permite que le apostrofen como bebedor y comilón... Deja que le acusen de todo, menos de que no es casto. Les ha tapado la boca en eso, porque quiere que nosotros conservemos ese ejemplo sin sombras: un modelo maravilloso de pureza, de limpieza, de luz, de amor que sabe quemar todo el mundo para purificarlo.

A mí, me gusta referirme a la santa pureza contemplando siempre la conducta de Nuestro Señor. El puso de manifiesto una gran delicadeza en esta virtud. Fijaos en lo que relata San Juan cuando Jesús, fatigatus ex itinere, sedebat sic supra fontem, cansado del camino, se sentó sobre el brocal del pozo.

Recoged los ojos del alma y revivid despacio la escena: Jesucristo, perfectus Deus, perfectus homo, está fatigado por el camino y por el trabajo apostólico. Como quizá os ha sucedido alguna vez a vosotros, que acabáis rendidos, porque no aguantáis más. Es conmovedor observar al Maestro agotado. Además, tiene hambre: los discípulos han ido al pueblo vecino, para buscar algo de comer. Y tiene sed.

Pero más que la fatiga del cuerpo, le consume la sed de almas. Por esto, al llegar la samaritana, aquella mujer pecadora, el corazón sacerdotal de Cristo se vuelca, diligente, para recuperar la oveja perdida: olvidando el cansancio, el hambre y la sed.

Se ocupaba el Señor en aquella gran obra de caridad, mientras volvían los Apóstoles de la ciudad, y mirabantur quia cum muliere loquebatur, se pasmaron de que hablara a solas con una mujer. ¡Qué cuidado! ¡Qué amor a la virtud encantadora de la santa pureza, que nos ayuda a ser más fuertes, más recios, más fecundos, más capaces de trabajar por Dios, más capaces de todo lo grande!

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