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Amor humano y castidad
Para mantener el trato con mi Señor, os lo he explicado frecuentemente, me han servido también no me importa que se sepa esas canciones populares, que se refieren casi siempre al amor: me gustan de veras. A mí y a algunos de vosotros, el Señor nos ha escogido totalmente para El; y trasladamos a lo divino ese amor noble de las coplas humanas. Lo hace el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares; y lo han hecho los grandes místicos de todos los tiempos.
Repasad estos versos de la Santa de Avila: Si queréis que esté holgando, /quiero por amor holgar; /si me mandáis trabajar, /morir quiero trabajando. /Decid ¿dónde, cómo y cuándo? /Decid, dulce Amor, decid: /¿Qué mandáis hacer de mí?. O aquella canción de San Juan de la Cruz, que comienza de un modo encantador: Un pastorcito solo está penado, / ajeno de placer y de contento, / y en su pastora puesto el pensamiento / y el pecho del amor muy lastimado.
El amor humano, cuando es limpio, me produce un inmenso respeto, una veneración indecible. ¿Cómo no vamos a estimar esos cariños santos, nobles, de nuestros padres, a quienes debemos una gran parte de nuestra amistad con Dios? Yo bendigo ese amor con las dos manos, y cuando me han preguntado que por qué digo con las dos manos, mi respuesta inmediata ha sido: ¡porque no tengo cuatro!
¡Bendito sea el amor humano! Pero a mí el Señor me ha pedido más. Y, esto lo afirma la teología católica, entregarse por amor del Reino de los cielos sólo a Jesús y, por Jesús, a todos los hombres, es algo más sublime que el amor matrimonial, aunque el matrimonio sea un sacramento y sacramentum magnum.
Pero, en cualquier caso, cada uno en su sitio, con la vocación que Dios le ha infundido en el alma soltero, casado, viudo, sacerdote ha de esforzarse en vivir delicadamente la castidad, que es virtud para todos y de todos exige lucha, delicadeza, primor, reciedumbre, esa finura que sólo se entiende cuando nos colocamos junto al Corazón enamorado de Cristo en la Cruz. No os preocupe si en algún momento sentís la tentación que os acecha. Una cosa es sentir, y otra consentir. La tentación se puede rechazar fácilmente, con la ayuda de Dios. Lo que no conviene de ningún modo es dialogar.
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