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Con la mirada en el Cielo

Crezcamos en esperanza, que de este modo nos afianzaremos en la fe, verdadero fundamento de las cosas que se esperan, y convencimiento de las que no se poseen30. Crezcamos en esta virtud, que es suplicar al Señor que acreciente su caridad en nosotros, porque solo se confía de veras en lo que se ama con todas las fuerzas. Y vale la pena amar al Señor. Vosotros habéis experimentado, como yo, que la persona enamorada se entrega segura, con una sintonía maravillosa, en la que los corazones laten en un mismo querer. ¿Y qué será el Amor de Dios? ¿No conocéis que por cada uno de nosotros ha muerto Cristo? Sí, por este corazón nuestro, pobre, pequeño, se ha consumado el sacrificio redentor de Jesús.

Frecuentemente nos habla el Señor del premio que nos ha ganado con su Muerte y su Resurrección. Yo voy a preparar un lugar para vosotros. Y cuando habré ido, y os haya preparado lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros31. El Cielo es la meta de nuestra senda terrena. Jesucristo nos ha precedido y allí, en compañía de la Virgen y de San José –a quien tanto venero–, de los Ángeles y de los Santos, aguarda nuestra llegada.

No han faltado nunca los herejes –también en la época apostólica– que han intentado arrancar a los cristianos la esperanza. Si se predica a Cristo como resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros andan diciendo que no hay resurrección de los muertos? Pues si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, y vana es también vuestra fe...32. La divinidad de nuestro camino –Jesús, camino, verdad y vida33– es prenda segura de que acaba en la felicidad eterna, si de Él no nos apartamos.

Notas
30

Hebr XI, 1.

31

Ioh XIV, 2-3.

32

1 Cor XV, 12–14.

33

Cfr. Ioh XIV, 6.

Referencias a la Sagrada Escritura
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