 |
226 |
 |
El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad. Cuando no nos amamos de verdad, cuando hay ataques, calumnias y rencillas, ¿quién se sentirá atraído por los que sostienen que predican la Buena Nueva del Evangelio?
Resulta muy fácil, muy a la moda, afirmar con la boca que se ama a todas las criaturas, creyentes y no creyentes. Pero si el que habla así maltrata a los hermanos en la fe, dudo de que en su conducta exista algo distinto de una palabrería hipócrita. En cambio, cuando amamos en el Corazón de Cristo a los que somos hijos de un mismo Padre, estamos asociados en una misma fe y somos herederos de una misma esperanza, nuestra alma se engrandece y arde con el afán de que todos se acerquen a Nuestro Señor.
Os estoy recordando las exigencias de la caridad, y quizá alguno habrá opinado que falta precisamente esa virtud en las palabras que acabo de pronunciar. Nada más opuesto a la realidad. Puedo aseguraros que, con un santo orgullo y sin falsos ecumenismos, me llené de gozo cuando en el pasado Concilio Vaticano II tomaba cuerpo con renovada intensidad esa preocupación por llevar la Verdad a los que andan apartados del único Camino, del de Jesús, pues me consume el hambre de que se salve la humanidad entera.
|
 |
|