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Un personaje más

Cuando, en estos treinta años de sacerdocio, he insistido tenazmente en la necesidad de la oración, en la posibilidad de convertir la existencia en un clamor incesante, algunas personas me han preguntado: pero, ¿es posible conducirse siempre así? Lo es. Esa unión con Nuestro Señor no nos aparta del mundo, no nos transforma en seres extraños, ajenos al discurrir de los tiempos.

Si Dios nos ha creado, si nos ha redimido, si nos ama hasta el punto de entregar por nosotros a su Hijo unigénito25, si nos espera –¡cada día!– como esperaba aquel padre de la parábola a su hijo pródigo26, ¿cómo no va a desear que lo tratemos amorosamente? Extraño sería no hablar con Dios, apartarse de Él, olvidarle, desenvolverse en actividades ajenas a esos toques ininterrumpidos de la gracia.

Notas
25

Cfr. Ioh III, 16.

26

Cfr. Lc XV, 11-32.

Referencias a la Sagrada Escritura
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