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La Santa Cruz

Afán de adoración, ansias de desagravio con sosegada suavidad y con sufrimiento. Se hará vida en vuestra vida la afirmación de Jesús: el que no toma su cruz, y me sigue, no es digno de mí17. Y el Señor se nos manifiesta cada vez más exigente, nos pide reparación y penitencia, hasta empujarnos a experimentar el ferviente anhelo de querer vivir para Dios, clavado en la cruz juntamente con Cristo18. Pero este tesoro lo guardamos en vasos de barrofrágil y quebradizo, para que se reconozca que la grandeza del poder que se advierte en nosotros es de Dios y no nuestra19.

Nos descubrimos acosados de toda suerte de tribulaciones, y no por eso perdemos el ánimo; nos hallamos en grandes apuros, no desesperadoso sin recursos; somos perseguidos, no desamparados; abatidos, pero no enteramente perdidos: traemos siempre representada en nuestro cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús20.

Imaginamos que el Señor, además, no nos escucha, que andamos engañados, que solo se oye el monólogo de nuestra voz. Como sin apoyo sobre la tierra y abandonados del cielo, nos encontramos. Sin embargo, es verdadero y práctico nuestro horror al pecado, aunque sea venial. Con la tozudez de la Cananea, nos postramos rendidamente como ella, que le adoró, implorando: Señor, socórreme21. Desaparecerá la oscuridad, superada por la luz del Amor.

Notas
17

Mt X, 38.

18

Gal II, 19.

19

2 Cor IV, 7.

20

2 Cor IV, 8-10.

21

Mt XV, 25.

Referencias a la Sagrada Escritura
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