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Que la Madre de Dios y Madre nuestra nos proteja, con el fin de que cada uno de nosotros pueda servir a la Iglesia en la plenitud de la fe, con los dones del Espíritu Santo y con la vida contemplativa. Cada uno realizando los deberes personales, que le son propios; cada uno en su oficio y profesión, y en el cumplimiento de las obligaciones de su estado, honre gozosamente al Señor.

Amad a la Iglesia, servidla con la alegría consciente de quien ha sabido decidirse a ese servicio por Amor. Y si viésemos que algunos andan sin esperanza, como los dos de Emaús, acerquémonos con fe –no en nombre propio, sino en nombre de Cristo–, para asegurarles que la promesa de Jesús no puede fallar, que Él vela por su Esposa siempre: que no la abandona. Que pasarán las tinieblas, porque somos hijos de la luz49 y estamos llamados a una vida perdurable.

Y Dios enjugará de sus ojos todas las lágrimas, no habrá ya muerte, ni llanto ni alarido; no habrá más dolor, porque las cosas de antes son pasadas. Y dijo el que estaba sentado en el solio: he aquí que renuevo todo. Y me indicó: escribe, porque todas estas palabras son dignísimas de fe, y verdaderas. Y añadió: esto es un hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al sediento, le daré de beber graciosamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere poseerá todas estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo50.

Notas
49

Cfr. Eph V, 8.

50

Apoc XXI, 4-7.

Referencias a la Sagrada Escritura
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