71

Para lograr esta meta, hemos de conducirnos movidos por Amor, nunca como el que soporta el peso de un castigo o una maldición: todo cuanto hacéis, sea de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, dando por medio de Él gracias a Dios Padre26. Y así terminaremos nuestro quehacer con perfección, llenando el tiempo, porque seremos instrumentos enamorados de Dios, que advierten toda la responsabilidad y toda la confianza que el Señor deposita sobre sus hombros, a pesar de la propia debilidad. En cada una de tus actividades, porque cuentas con la fortaleza de Dios, has de portarte como quien se mueve exclusivamente por Amor.

Pero no cerremos los ojos a la realidad, conformándonos con una visión ingenua, superficial, que nos lleve a la idea de que nos aguarda un camino fácil, y que bastan para recorrerlo unos propósitos sinceros y unos deseos ardientes de servir a Dios. No lo dudéis: a lo largo de los años, se presentarán –quizá antes de lo que pensamos– situaciones particularmente costosas, que exigirán mucho espíritu de sacrificio y un mayor olvido de sí mismo. Fomenta entonces la virtud de la esperanza y, con audacia, haz tuyo el grito del Apóstol: en verdad, yo estoy persuadido de que los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros27; medita con seguridad y con paz: ¡qué será el Amor infinito de Dios vertido sobre esta pobre criatura! Ha llegado la hora, en medio de tus ocupaciones ordinarias, de ejercitar la fe, de despertar la esperanza, de avivar el amor; es decir, de activar las tres virtudes teologales, que nos impulsan a desterrar enseguida, sin disimulos, sin tapujos, sin rodeos, los equívocos en nuestra conducta profesional y en nuestra vida interior.

Notas
26

Col III, 17.

27

Rom VIII, 18.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma