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La sabiduría de corazón

El sabio de corazón será llamado prudente10, se lee en el libro de los Proverbios. No entenderíamos la prudencia si la concibiésemos como pusilanimidad y falta de audacia. La prudencia se manifiesta en el hábito que inclina a actuar bien: a clarificar el fin y a buscar los medios más convenientes para alcanzarlo.

Pero la prudencia no es un valor supremo. Hemos de preguntarnos siempre: prudencia, ¿para qué? Porque existe una falsa prudencia –que más bien debemos llamar astucia– que está al servicio del egoísmo, que aprovecha los recursos más aptos para alcanzar fines torcidos. Usar entonces de mucha perspicacia no lleva más que a agravar la mala disposición, y a merecer aquel reproche que San Agustín formulaba, predicando al pueblo: «¿pretendes inclinar el corazón de Dios, que es siempre recto, para que se acomode a la perversidad del tuyo?»11. Esa es la falsa prudencia del que piensa que le sobran sus propias fuerzas para justificarse. No queráis teneros dentro de vosotros mismos por prudentes12, dice San Pablo, porque está escrito: destruiré la sabiduría de los sabios y la prudencia de los prudentes13.

Notas
10

Prv XVI, 21.

11

S. Agustín, Enarrationes in Psalmos, 63, 18 (PL 36, 771).

12

Rom XII, 16.

13

1 Cor I, 19.

Referencias a la Sagrada Escritura
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