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La naturalidad y la sencillez son dos maravillosas virtudes humanas, que hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo, construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor. Recordad lo que Cristo echa en cara a los fariseos: se han metido en un mundo retorcido que exige pagar diezmos de la hierbabuena, del eneldo y del comino, abandonando las obligaciones más esenciales de la ley, la justicia y la fe; se esmeran en colar todo lo que beben, para que no pase ni un mosquito, pero se tragan un camello21.

No. Ni la vida humana noble del que –sin culpa– no conoce a Jesucristo, ni la vida del cristiano deben ser raras, extrañas. Estas virtudes humanas, que estamos considerando hoy, conducen todas a la misma conclusión. Es verdaderamente hombre el que se empeña en ser veraz, leal, sincero, fuerte, templado, generoso, sereno, justo, laborioso, paciente. Comportarse así puede resultar difícil, pero nunca extraño. Si algunos se asombrasen, sería porque miran con ojos turbios, nublados por una secreta cobardía, falta de reciedumbre.

Notas
21

Cfr. Mt XXIII, 23-24.

Referencias a la Sagrada Escritura
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