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Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da su gracia11, enseña el Apóstol San Pedro. En cualquier época, en cualquier situación humana, no existe más camino –para vivir vida divina– que el de la humildad. ¿Es que el Señor se goza acaso en nuestra humillación? No. ¿Qué alcanzaría con nuestro abatimiento el que ha creado todo, y mantiene y gobierna cuanto existe? Dios únicamente desea nuestra humildad, que nos vaciemos de nosotros mismos, para poder llenarnos; pretende que no le pongamos obstáculos, para que –hablando al modo humano– quepa más gracia suya en nuestro pobre corazón. Porque el Dios que nos inspira ser humildes es el mismo que transformará el cuerpo de nuestra humildad y le hará conforme al suyo glorioso, con la misma virtud eficaz con que puede también sujetar a su imperio todas las cosas12. Nuestro Señor nos hace suyos, nos endiosa con un endiosamiento bueno.

Notas
11

1 Pet V, 5.

12

Phil III, 21.

Referencias a la Sagrada Escritura
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