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La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen.
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Si pierdes el sentido sobrenatural de tu vida, tu caridad será filantropía; tu pureza, decencia; tu mortificación, simpleza; tu disciplina, látigo, y todas tus obras, estériles.
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El silencio es como el portero de la vida interior.
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Paradoja: es más asequible ser santo que sabio, pero es más fácil ser sabio que santo.
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Distraerte. ¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencias de tu miopía...
¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres.
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Aspiración: Que sea yo bueno, y todos los demás mejores que yo.
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La conversión es cosa de un instante. La santificación es obra de toda la vida.
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Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios.
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Pureza de intención. La tendrás siempre, si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios.
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Métete en las llagas de Cristo Crucificado. Allí aprenderás a guardar tus sentidos, tendrás vida interior, y ofrecerás al Padre de continuo los dolores del Señor y los de María, para pagar por tus deudas y por todas las deudas de los hombres.
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Tu impaciencia santa, por servirle, no desagrada a Dios. Pero será estéril si no va acompañada de un efectivo mejoramiento en tu conducta diaria.
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Rectificar. Cada día un poco. Esta es tu labor constante si de veras quieres hacerte santo.
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Tienes obligación de santificarte. Tú también. ¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos?
A todos, sin excepción, dijo el Señor: "Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto".
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Precisamente tu vida interior debe ser eso: comenzar... y recomenzar.
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En la vida interior, ¿has considerado despacio la hermosura de "servir" con voluntariedad actual?
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No se veían las plantas cubiertas por la nieve. Y comentó, gozoso, el labriego dueño del campo: "ahora crecen para adentro."
Pensé en ti: en tu forzosa inactividad...
Dime: ¿creces también para adentro?
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Si no eres señor de ti mismo, aunque seas poderoso, me causa pena y risa tu señorío.
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Es duro leer, en los Santos Evangelios, la pregunta de Pilato: "¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que se llama Cristo?" Es más penoso oír la respuesta: "¡A Barrabás!"
Y más terrible todavía darme cuenta de que ¡muchas veces!, al apartarme del camino, he dicho también "¡a Barrabás!", y he añadido "¿a Cristo?... 'Crucifige eum!' ¡Crucifícalo!"
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Todo eso, que te preocupa de momento, importa más o menos. Lo que importa absolutamente es que seas feliz, que te salves.
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¡Luces nuevas! ¡Qué alegría tienes por que el Señor te hizo descubrir otro Mediterráneo!
Aprovecha esos instantes: es la hora de romper a cantar un himno de acción de gracias: y es también la hora de desempolvar rincones de tu alma, de dejar alguna rutina, de obrar más sobrenaturalmente, de evitar un posible escándalo en el prójimo...
En una palabra: que tu agradecimiento se manifieste en un propósito concreto.
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Cristo ha muerto por ti. Tú... ¿qué debes hacer por Cristo?
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Tu experiencia personal ese desabrimiento, esa inquietud, esa amargura te hace vivir la verdad de aquellas palabras de Jesús: ¡nadie puede servir a dos señores!
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