Obediencia

En los trabajos de apostolado no hay desobediencia pequeña.

Templa tu voluntad, viriliza tu voluntad: que sea, con la gracia de Dios, como un espolón de acero.

—Sólo teniendo una fuerte voluntad sabrás no tenerla para obedecer.

Por esa tardanza, por esa pasividad, por esa resistencia tuya para obedecer, ¡cómo se resiente el apostolado y cómo se goza el enemigo!

Obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento —que no se para a considerar por qué hace esto o lo otro—, seguros de que nunca se os mandará cosa que no sea buena y para toda la gloria de Dios.

El enemigo: ¿obedecerás... hasta en ese detalle «ridículo»? —Tú, con la gracia de Dios: obedeceré... hasta en ese detalle «heroico».

Iniciativas. —Tenlas, en tu apostolado, dentro de los términos del mandato que te otorguen.

—Si se salen de estos límites o tienes duda, consulta al superior, sin comunicar antes a nadie tus pensamientos.

—Nunca olvides que eres solamente ejecutor.

Si la obediencia no te da paz, es que eres soberbio.

¡Qué lástima que quien hace cabeza no te dé ejemplo!... —Pero, ¿acaso le obedeces por sus condiciones personales?... ¿O el ‘obedite praepositis vestris’ —«obedeced a vuestros superiores», de San Pablo, lo traduces, para tu comodidad, con una interpolación tuya que venga a decir..., siempre que el superior tenga virtudes a mi gusto?

¡Qué bien has entendido la obediencia cuando me has escrito: «obedecer siempre es ser mártir sin morir»!

Te mandan una cosa que crees estéril y difícil. —Hazla. —Y verás que es fácil y fecunda.

Jerarquía. —Cada pieza en su lugar. —¿Qué quedaría de un cuadro de Velázquez si cada color se fuera por su sitio, cada hilo de la tela se soltase, cada trozo de madera del bastidor se separase de los otros?

Tu obediencia no merece ese nombre si no estás decidido a echar por tierra tu labor personal más floreciente, cuando quien puede lo disponga así.

¿Verdad, Señor, que te daba consuelo grande aquella «sutileza» del hombrón niño que, al sentir el desconcierto que produce obedecer en cosa molesta y de suyo repugnante, te decía bajito: ¡Jesús, que haga buena cara!?

Tu obediencia debe ser muda. ¡Esa lengua!

Ahora, que te cuesta obedecer, acuérdate de tu Señor, «factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis» —¡obediente hasta la muerte, y muerte de cruz!

¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano.

—Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron «piscium multitudinem copiosam» —una gran cantidad de peces.

—Créeme: el milagro se repite cada día.

Referencias a la Sagrada Escritura
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