La voluntad de Dios

Esta es la llave para abrir la puerta y entrar en el Reino de los Cielos: «qui facit voluntatem Patris mei qui in coelis est, ipse intrabit in regnum coelorum» —el que hace la voluntad de mi Padre..., ¡ese entrará!

De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes.

Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad.

Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según Él desea, a golpe de martillo y de cincel.

No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. —Sufriremos más e inútilmente, y, en lugar de la piedra pulida y dispuesta para edificar, seremos un montón informe de grava que pisarán las gentes con desprecio.

¿Resignación?... ¿Conformidad?... ¡Querer la Voluntad de Dios!

La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. —Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada.

¡Paz, paz!, me dices. —La paz es... para los hombres de «buena» voluntad.

Un razonamiento que lleva a la paz y que el Espíritu Santo da hecho a los que quieren la Voluntad de Dios: «Dominus regit me, et nihil mihi deerit» —el Señor me gobierna, nada me faltará.

¿Qué puede inquietar a un alma que repita de verdad esas palabras?

Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: «Teresa, yo quise... Pero los hombres no han querido».

Acto de identificación con la Voluntad de Dios:

¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero!

No dudes: deja que salga del corazón a los labios un «Fiat» —¡hágase!...— que sea la coronación del sacrificio.

Cuanto más cerca está de Dios el apóstol, se siente más universal: se agranda el corazón para que quepan todos y todo en los deseos de poner el universo a los pies de Jesús.

Más quiero tu Voluntad, Dios mío, que no cumpliéndola —si pudiera ser tal disparate—, la misma gloria.

El abandono en la Voluntad de Dios es el secreto para ser feliz en la tierra. —Di, pues: «meus cibus est, ut faciam voluntatem ejus» —mi alimento es hacer su Voluntad.

Ese abandono es precisamente la condición que te hace falta para no perder en lo sucesivo tu paz.

El «gaudium cum pace» —la alegría y la paz— es fruto seguro y sabroso del abandono.

La indiferencia no es tener el corazón seco... como Jesús no lo tuvo.

No eres menos feliz porque te falta que si te sobrara.

Dios exalta a quienes cumplen su Voluntad en lo mismo en que los humilló.

Pregúntate muchas veces al día: ¿hago en este momento lo que debo hacer?

Jesús, lo que tú «quieras»... yo lo amo.

Escalones: Resignarse con la Voluntad de Dios: Conformarse con la Voluntad de Dios: Querer la Voluntad de Dios: Amar la Voluntad de Dios.

Señor, si es tu Voluntad, haz de mi pobre carne un Crucifijo.

No caigas en un círculo vicioso: tú piensas: cuando se arregle esto así o del otro modo seré muy generoso con mi Dios.

¿Acaso Jesús no estará esperando que seas generoso sin reservas para arreglar Él las cosas mejor de lo que imaginas?

Propósito firme, lógica consecuencia: en cada instante de cada día trataré de cumplir con generosidad la Voluntad de Dios.

Tu propia voluntad, tu propio juicio: eso es lo que te inquieta.

Es cuestión de segundos... Piensa antes de comenzar cualquier negocio: ¿Qué quiere Dios de mí en este asunto?

Y, con la gracia divina, ¡hazlo!

Referencias a la Sagrada Escritura
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