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Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!
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Todo un programa, para cursar con aprovechamiento la asignatura del dolor, nos da el Apóstol: "spe gaudentes" por la esperanza, contentos, "in tribulatione patientes" sufridos, en la tribulación, "orationi instantes" en la oración, continuos.
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Expiación: ésta es la senda que lleva a la Vida.
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Entierra con la penitencia, en el hoyo profundo que abra tu humildad, tus negligencias, ofensas y pecados. Así entierra el labrador, al pie del árbol que los produjo, frutos podridos, ramillas secas y hojas caducas. Y lo que era estéril, mejor, lo que era perjudicial, contribuye eficazmente a una nueva fecundidad.
Aprende a sacar, de las caídas, impulso: de la muerte, vida.
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Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡El!
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Jesús sufre por cumplir la Voluntad del Padre... Y tú, que quieres también cumplir la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podrás quejarte si encuentras por compañero de camino al sufrimiento?
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Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo.
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¡Qué miedo le tiene la gente a la expiación! Si lo que hacen por bien parecer al mundo lo hicieran rectificando la intención, por Dios... ¡qué santos serían algunos y algunas!
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¿Lloras? No te dé vergüenza. Llora: que sí, que los hombres también lloran, como tú, en la soledad y ante Dios. Por la noche, dice el Rey David, regaré con mis lágrimas mi lecho.
Con esas lágrimas, ardientes y viriles, puedes purificar tu pasado y sobrenaturalizar tu vida actual.
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Te quiero feliz en la tierra. No lo serás si no pierdes ese miedo al dolor. Porque, mientras "caminamos", en el dolor está precisamente la felicidad.
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¡Qué hermoso es perder la vida por la Vida!
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Si sabes que esos dolores físicos o morales son purificación y merecimiento, bendícelos.
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¿No te produce mal sabor de boca el deseo de bienestar fisiológico "Dios le dé salud, hermano" con que ciertos pobres agradecen o reclaman una limosna?
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Si somos generosos en la expiación voluntaria, Jesús nos llenará de gracia para amar las expiaciones que El nos mande.
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Que tu voluntad exija a los sentidos, mediante la expiación, lo que las otras potencias le niegan en la oración.
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¡Qué poco vale la penitencia sin la continua mortificación!
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¿Tienes miedo a la penitencia?... A la penitencia, que te ayudará a obtener la Vida eterna. En cambio, por conservar esta pobre vida de ahora, ¿no ves cómo los hombres se someten a las mil torturas de una cruenta operación quirúrgica?
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Tu mayor enemigo eres tú mismo.
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Trata a tu cuerpo con caridad, pero no con más caridad que la que se emplea con un enemigo traidor.
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Si sabes que tu cuerpo es tu enemigo, y enemigo de la gloria de Dios, al serlo de tu santificación, ¿por qué le tratas con tanta blandura?
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"Que pasen buena tarde" nos dijeron, como es costumbre, y comentó un alma muy de Dios: ¡qué deseos más cortos!
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Contigo, Jesús, ¡qué placentero es el dolor y qué luminosa la oscuridad!
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¡Sufres! Pues, mira: "El" no tiene el Corazón más pequeño que el nuestro. ¿Sufres? Conviene.
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El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios. Pero, entre unos y otros, hemos abierto la mano. No importa al contrario que tú, con la aprobación de tu Director, lo practiques frecuentemente.
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¿Motivos para la penitencia?: Desagravio, reparación, petición, hacimiento de gracias: medio para ir adelante...: por ti, por mí, por los demás, por tu familia, por tu país, por la Iglesia... Y mil motivos más.
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No hagas más penitencia que la que te consienta tu Director.
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¡Cómo ennoblecemos el dolor, poniéndolo en el lugar que le corresponde (expiación) en la economía del espíritu!
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