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Nuestra voluntad, con la gracia, es omnipotente delante de Dios. —Así, a la vista de tantas ofensas para el Señor, si decimos a Jesús con voluntad eficaz, al ir en el tranvía por ejemplo: «Dios mío, querría hacer tantos actos de amor y de desagravio como vueltas da cada rueda de este coche», en aquel mismo instante delante de Jesús realmente le hemos amado y desagraviado según era nuestro deseo.

Esta «bobería» no se sale de la infancia espiritual: es el diálogo eterno entre el niño inocente y el padre chiflado por su hijo:

—¿Cuánto me quieres? ¡Dilo!—Y el pequeñín silabea: ¡Mu-chos mi-llo-nes!

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