¡Cuánto te cuesta esa pequeña mortificación! Luchas. Parece como si te dijeran: ¿por qué has de ser tan fiel al plan de vida, al reloj? Mira: ¿has visto con qué facilidad se engaña a los chiquitines? No quieren tomar la medicina amarga, pero... ¡anda! les dicen, esta cucharadita, por papá; esta otra por tu abuelita... Y así, hasta que han ingerido toda la dosis.
Lo mismo tú: un cuarto de hora más de cilicio por las ánimas del purgatorio; cinco minutos más por tus padres; otros cinco por tus hermanos de apostolado... Hasta que cumplas el tiempo que te señala tu horario.
Hecha de este modo tu mortificación, ¡cuánto vale!