Santa Misa

Una característica muy importante del varón apostólico es amar la Misa.

La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto.

¿No es raro que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales, para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?

«¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien!», decía, entre lágrimas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acababa de ordenar.

—¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!

¡Cómo lloró, al pie del altar, aquel joven Sacerdote santo que mereció martirio, porque se acordaba de un alma que se acercó en pecado mortal a recibir a Cristo!

—¿Así le desagravias tú?

Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... —Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz.

Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! («Nuestra» Misa, Jesús...)

¡Cuántos años comulgando a diario! —Otro sería santo —me has dicho—, y yo ¡siempre igual!

—Hijo —te he respondido—, sigue con la diaria Comunión, y piensa: ¿qué sería yo, si no hubiera comulgado?

Comunión, unión, comunicación, confidencia: Palabra, Pan, Amor.

Comulga. —No es falta de respeto. —Comulga hoy precisamente, cuando acabas de salir de aquel lazo.

—¿Olvidas que dijo Jesús: no es necesario el médico a los sanos, sino a los enfermos?

Cuando te acercas al Sagrario piensa que ¡Él!... te espera desde hace veinte siglos.

Ahí lo tienes: es Rey de Reyes y Señor de Señores. —Está escondido en el Pan.

Se humilló hasta esos extremos por amor a ti.

Se quedó para ti. —No es reverencia dejar de comulgar, si estás bien dispuesto. —Irreverencia es sólo recibirlo indignamente.

¡Qué fuente de gracias es la Comunión espiritual! —Practícala frecuentemente y tendrás más presencia de Dios y más unión con Él en las obras.

Hay una urbanidad de la piedad. —Apréndela. —Dan pena esos hombres «piadosos», que no saben asistir a Misa —aunque la oigan a diario—, ni santiguarse —hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación—, ni hincar la rodilla ante el Sagrario —sus genuflexiones ridículas parecen una burla—, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora.

No me pongáis al culto imágenes «de serie»: prefiero un Santo Cristo de hierro tosco a esos Crucifijos de pasta repintada que parecen hechos de azúcar.

Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo —mesa y ara—, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta.

—Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?

Referencias a la Sagrada Escritura
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