Proselitismo

El término “proselitismo” deriva de “prosélito”, con el que se designa en la Biblia a quien, procediendo de otro pueblo, se preparaba para acoger la fe judía. La Iglesia asumió esta palabra analógicamente: ya san Justino, por ejemplo, hablaba de “hacer prosélitos” para referirse a la misión apostólica de los cristianos, dirigida a todo el mundo (cfr. Mc 16,15). Muchos autores espirituales y entre ellos, san Josemaría han empleado el término “proselitismo” en ese sentido, como sinónimo de apostolado o evangelización: una labor que se caracteriza, entre otras cosas, por un profundo respeto de la libertad, en contraste con la acepción negativa que este vocablo ha tomado en los últimos años del siglo XX. En el surco de esa tradición, san Josemaría utiliza aquí la palabra “proselitismo” con el significado de propuesta o invitación con la que los cristianos comparten la llamada de Jesucristo con sus compañeros y amigos, y abren ante ellos el horizonte de su Amor (cfr. Camino, nn. 790, 796).


¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón... y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?

Te falta «vibración». —Esa es la causa de que arrastres a tan pocos. —Parece como si no estuvieras muy persuadido de lo que ganas al dejar por Cristo esas cosas de la tierra.

Compara: ¡el ciento por uno y la vida eterna! —¿Te parece pequeño el «negocio»?

«Duc in altum». —¡Mar adentro! —Rechaza el pesimismo que te hace cobarde. «Et laxate retia vestra in capturam» —y echa tus redes para pescar.

¿No ves que puedes decir, como Pedro: «in nomine tuo, laxabo rete» —Jesús, en tu nombre, buscaré almas?

Proselitismo. —Es la señal cierta del celo verdadero.

Sembrar. —Salió el sembrador... Siembra a voleo, alma de apóstol. —El viento de la gracia arrastrará tu semilla si el surco donde cayó no es digno... Siembra, y está cierto de que la simiente arraigará y dará su fruto.

Con el buen ejemplo se siembra buena semilla; y la caridad obliga a sembrar a todos.

Pequeño amor es el tuyo si no sientes el celo por la salvación de todas las almas. —Pobre amor es el tuyo si no tienes ansias de pegar tu locura a otros apóstoles.

Sabes que tu camino no es claro. —Y que no lo es porque al no seguir de cerca a Jesús te quedas en tinieblas. —¿A qué esperas para decidirte?

¿Razones?... ¿Qué razones daría el pobre Ignacio al sabio Xavier?

Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. —¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión?

Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores...

Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos.

La mies es mucha y pocos los operarios. —«Rogate ergo!» —Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe operarios a su campo.

La oración es el medio más eficaz de proselitismo.

Aún resuena en el mundo aquel grito divino: «Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que se encienda?» —Y ya ves: casi todo está apagado...

¿No te animas a propagar el incendio?

Querrías atraer a tu apostolado a aquel hombre sabio, a aquel otro poderoso, a aquel lleno de prudencia y virtudes.

Ora, ofrece sacrificios y trabájalos con tu ejemplo y con tu palabra. —¡No vienen! —No pierdas la paz: es que no hacen falta.

¿Crees que no había contemporáneos de Pedro, sabios, y poderosos, y prudentes, y virtuosos, fuera del apostolado de los primeros doce?

Me han dicho que tienes «gracia», «gancho», para atraer almas a tu camino.

Agradécele a Dios ese don: ¡ser instrumento para buscar instrumentos!

Ayúdame a clamar: ¡Jesús, almas!... ¡Almas de apóstol!: son para ti, para tu gloria.

Verás como acaba por escucharnos.

Oye: ahí... ¿no habrá uno... o dos, que nos entiendan bien?

Dile, a... ese, que necesito cincuenta hombres que amen a Jesucristo sobre todas las cosas.

Me dices, de ese amigo tuyo, que frecuenta sacramentos, que es de vida limpia y buen estudiante. —Pero que no «encaja»: si le hablas de sacrificio y apostolado, se entristece y se te va.

No te preocupe. —No es un fracaso de tu celo: es, a la letra, la escena que narra el Evangelista: «si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres» (sacrificio)... «y ven después y sígueme» (apostolado).

El adolescente «abiit tristis» —se retiró también entristecido: no quiso corresponder a la gracia.

«Una buena noticia: un nuevo loco..., para el manicomio». —Y todo es alborozo en la carta del «pescador».

¡Que Dios llene de eficacia tus redes!

Proselitismo. —¿Quién no tiene hambre de perpetuar su apostolado?

Ese afán de proselitismo que te come las entrañas es señal cierta de tu entregamiento.

¿Te acuerdas? —Hacíamos tú y yo nuestra oración, cuando caía la tarde. Cerca se escuchaba el rumor del agua. —Y, en la quietud de la ciudad castellana, oíamos también voces distintas que hablaban en cien lenguas, gritándonos angustiosamente que aún no conocen a Cristo.

Besaste el Crucifijo, sin recatarte, y le pediste ser apóstol de apóstoles.

Me explico que quieras tanto a tu Patria y a los tuyos y que, a pesar de esas ataduras, aguardes con impaciencia el momento de cruzar tierras y mares —¡ir lejos!— porque te desvela el afán de mies.

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