Propósitos

Concreta. —Que no sean tus propósitos luces de bengala que brillan un instante para dejar como realidad amarga un palitroque negro e inútil que se tira con desprecio.

¡Eres tan joven! —Me pareces un barco que emprende la marcha. —Esa ligera desviación de ahora, si no la corriges, hará que al final no llegues a puerto.

Haz pocos propósitos. —Haz propósitos concretos. —Y cúmplelos con la ayuda de Dios.

Me has dicho, y te escuché en silencio: «Sí: quiero ser santo». Aunque esta afirmación, tan difuminada, tan general, me parezca de ordinario una tontería.

¡Mañana!: alguna vez es prudencia; muchas veces es el adverbio de los vencidos.

Haz este propósito determinado y firme: acordarte, cuando te den honras y alabanzas, de aquello que te avergüenza y sonroja.

Esto es tuyo; la alabanza y la gloria, de Dios.

Pórtate bien «ahora», sin acordarte de «ayer», que ya pasó, y sin preocuparte de «mañana», que no sabes si llegará para ti.

¡Ahora! Vuelve a tu vida noble ahora. —No te dejes engañar: «ahora» no es demasiado pronto... ni demasiado tarde.

¿Quieres que te diga todo lo que pienso de «tu camino»? —Pues, mira: que si correspondes a la llamada, trabajarás por Cristo como el que más: que si te haces hombre de oración, tendrás la correspondencia de que hablo antes y buscarás, con hambre de sacrificio, los trabajos más duros...

Y serás feliz aquí y felicísimo luego, en la Vida.

Esa llaga duele. —Pero está en vías de curación: sé consecuente con tus propósitos. Y pronto el dolor será gozosa paz.

Estás como un saco de arena. —No haces nada de tu parte. Y así no es extraño que comiences a sentir los síntomas de la tibieza. —Reacciona.

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