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Pasando a un tema muy concreto: se acaba de anunciar la apertura en Madrid de una Escuela-residencia dirigida por la Sección femenina del Opus Dei, que se propone crear un ambiente de familia y proporcionar una formación completa a las empleadas del hogar, cualificándolas en su profesión. ¿Qué influencia cree usted que pueden tener, para la sociedad, este tipo de actividades del Opus Dei?

Esa obra apostólica —hay muchas semejantes llevadas por asociadas del Opus Dei, que trabajan junto con otras personas que no son de nuestra Asociación— tiene como fin principal el de dignificar el oficio de las empleadas del hogar, de modo que puedan realizar su trabajo con sentido científico. Digo con sentido científico, porque es preciso que el trabajo en el hogar se desarrolle como lo que es: como una verdadera profesión.

No hay que olvidar que se ha querido presentar ese trabajo como algo humillante. No es cierto: humillantes eran, sin duda, las condiciones en que muchas veces se desarrollaba esa tarea. Y humillantes siguen siendo algunas veces ahora: porque trabajan según el capricho de señores arbitrarios, sin garantías de derechos para sus servidores, con escasa retribución económica, sin afecto. Hay que exigir el respeto de un adecuado contrato de trabajo, con seguridades claras y precisas; hay que establecer netamente los derechos y los deberes de cada parte.

Es necesario —además de esas garantías jurídicas— que la persona que preste ese servicio esté capacitada, profesionalmente preparada. He dicho servicio —aunque la palabra hoy no gusta— porque toda tarea social bien hecha es eso, un estupendo servicio: tanto la tarea de la empleada del hogar como la del profesor o la del juez. Sólo no es servicio el trabajo de quien lo condiciona todo a su propio bienestar.

¡Es una cosa de primera importancia el trabajo en el hogar! Por lo demás, todos los trabajos pueden tener la misma calidad sobrenatural: no hay tareas grandes o pequeñas; todas son grandes, si se hacen por amor. Las que se tienen como tareas grandes se empequeñecen, cuando se pierde el sentido cristiano de la vida. En cambio, hay cosas, aparentemente pequeñas, que pueden ser muy grandes por las consecuencias reales que tienen.

Para mí igualmente importante es el trabajo de una hija mía asociada del Opus Dei que es empleada del hogar, que el trabajo de una hija mía que tiene un título nobiliario. En los dos casos, sólo me interesa que el trabajo que realicen sea medio y ocasión de santificación personal y ajena: y será más importante la labor de la persona que, en su propia ocupación y en su propio estado, vaya haciéndose más santa y cumpla con más amor la misión recibida de Dios.

Ante Dios, igual categoría tiene la que es catedrático de una universidad, como la que trabaja como dependiente de un comercio o como secretaria o como obrera o como campesina: todas las almas son iguales. Sólo que a veces son más hermosas las almas de las personas más sencillas, y siempre son más agradables al Señor las que tratan con más intimidad a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.

Con esa Escuela que se ha abierto en Madrid, puede hacerse mucho: una auténtica y eficaz ayuda a la sociedad, en una tarea importante; y una labor cristiana en el seno del hogar, llevando a las casas alegría, paz, comprensión. Estaría hablando horas sobre este tema, pero ya es suficiente lo que he dicho para ver que entiendo el trabajo en el hogar como un oficio de trascendencia muy particular, porque se puede hacer con él mucho bien o mucho mal en la entraña misma de las familias. Esperemos que sea mucho bien: no faltarán personas que, con categoría humana, con competencia y con ilusión apostólica, harán de esa profesión una tarea alegre, de eficacia inmensa en tantos hogares del mundo.

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