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Desde luego, es sabido por usted que en algunos sectores de la opinión pública el Opus Dei tiene fama de ser en cierto modo discutido. ¿Podría darme su opinión de por qué esto es así, y especialmente de cómo se responde a la acusación sobre «el secreto de conspiración» y «la secreta conspiración» que a menudo se apunta contra el Opus Dei?

Me molesta profundamente todo lo que pueda sonar a autoalabanza. Pero ya que plantea usted este tema, no puedo por menos de decirle que me parece que el Opus Dei es una de las organizaciones católicas que cuentan con más amigos en todo el mundo. Millones de personas, también muchos no católicos y no cristianos, la quieren y la ayudan.

Por otra parte, el Opus Dei es una organización espiritual y apostólica. Si se olvida este hecho fundamental —o si uno se niega a creer en la buena fe de los socios del Opus Dei que así lo afirman— resulta imposible entender lo que hacen. Ante la imposibilidad de comprender, se inventan versiones complicadas y secretos que no han existido jamás.

Habla usted de acusación de secreto. Eso es ya historia antigua. Podría decirle, punto por punto, el origen histórico de esa acusación calumniosa. Durante muchos años una poderosa organización, de la que prefiero no hablar —la amamos y la hemos amado siempre—, se dedicó a falsear lo que no conocía. Insistían en considerarnos como religiosos, y se preguntaban: ¿por qué no piensan todos del mismo modo?, ¿por qué no llevan hábito o un distintivo? Y sacaban ilógicamente como consecuencia que constituíamos una sociedad secreta.

Hoy eso ha pasado, y cualquier persona medianamente informada sabe que no hay secreto alguno. Que no llevamos distintivo porque no somos religiosos, sino cristianos corrientes. Que no pensamos de la misma manera, porque admitimos el mayor pluralismo en todo lo temporal y en las cuestiones teológicas opinables. Un mejor conocimiento de la realidad, y una superación de celotipias infundadas, ha llevado a dar por cerrada esa triste y calumniosa situación.

No hay sin embargo que extrañarse de que de vez en cuando alguien renueve los viejos mitos: porque procuramos trabajar por Dios, defendiendo la libertad personal de todos los hombres, siempre tendremos en contra a los sectarios enemigos de esa libertad personal, sean del campo que sean, tanto más agresivos si son personas que no pueden soportar ni la simple idea de religión, o peor si se apoyan en un pensamiento religioso de tipo fanático.

No obstante, son mayoría —por fortuna— las publicaciones que no se contentan con repetir cosas viejas, y falsas; que tienen clara conciencia de que ser imparciales no es difundir algo a mitad de camino entre la realidad y la calumnia, sino esforzarse por reflejar la verdad objetiva. Personalmente pienso que también es noticia decir la verdad, especialmente cuando se trata de informar de la actividad de tantas personas que, perteneciendo al Opus Dei o colaborando con él, se esfuerzan, a pesar de los errores personales —yo los tengo y no me extraño de que también los tengan los demás—, por realizar una tarea de servicio a todos los hombres. Desmontar un falso mito es siempre interesante. Considero que es un deber grave del periodista documentarse bien, y tener su información al día aunque a veces eso suponga cambiar los juicios hechos con anterioridad. ¿Es tan difícil admitir que algo sea limpio, noble y bueno, sin mezclar absurdas, viejas y desacreditadas falsedades?

Informarse sobre el Opus Dei es bien sencillo. En todos los países trabaja a la luz del día, con el reconocimiento jurídico de las autoridades civiles y eclesiásticas. Son perfectamente conocidos los nombres de sus directores y de sus obras apostólicas. Cualquiera que desee información sobre nuestra Obra, puede obtenerla sin dificultad, poniéndose en contacto con sus directores o acudiendo a alguna de nuestras obras corporativas. Usted mismo puede ser testigo de que nunca ninguno de los dirigentes del Opus Dei, o los que atienden a los periodistas, han dejado de facilitarles su tarea informativa, contestando a sus preguntas o dando la documentación adecuada.

Ni yo, ni ninguno de los miembros del Opus Dei, pretendemos que todo el mundo nos comprenda o que comparta nuestros ideales espirituales. Soy muy amigo de la libertad y de que cada uno siga su camino. Pero es evidente que tenemos el derecho elemental de ser respetados.

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