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Quizá pueda pensarse que, hasta ahora, el Opus Dei se ha visto favorecido por el entusiasmo de los primeros socios, aunque sean ya varios millares. ¿Existe alguna medida que garantice la continuidad de la Obra, contra el riesgo, connatural a toda institución, de un posible enfriamiento del fervor y del impulso iniciales?

La Obra no se basa en el entusiasmo, sino en la fe. Los años del principio —largos años— fueron muy duros, y sólo se veían dificultades. El Opus Dei salió adelante por la gracia divina, y por la oración y el sacrificio de los primeros, sin medios humanos. Sólo había juventud, buen humor y el deseo de hacer la voluntad de Dios.

Desde el principio, el arma del Opus Dei ha sido siempre la oración, la vida entregada, el silencioso renunciamiento a todo lo que es egoísmo, por servir a las almas. Como le decía antes, al Opus Dei se viene a recibir un espíritu que lleva precisamente a darlo todo, mientras se continúa trabajando profesionalmente por amor a Dios y a sus criaturas por Él.

La garantía de que no se dé un enfriamiento es que mis hijos no pierdan nunca este espíritu. Sé que las obras humanas se desgastan con el tiempo; pero esto no ocurre con las obras divinas, a no ser que los hombres las rebajen. Sólo cuando se pierde el impulso divino viene la corrupción, el decaimiento. En nuestro caso se ve clara la Providencia del Señor, que —en tan poco tiempo, cuarenta años— hace que sea recibida y actuada esta específica vocación divina, entre ciudadanos corrientes iguales a los demás, de tan diversas naciones.

El fin del Opus Dei, repito una vez más, es la santidad de cada uno de sus socios, hombres y mujeres que siguen en el lugar que ocupaban en el mundo. Si alguien no viene al Opus Dei a ser santo a pesar de los pesares —es decir, a pesar de las propias miserias, de los propios errores personales—, se irá enseguida. Pienso que la santidad llama a la santidad, y pido a Dios que en el Opus Dei no falte nunca esa convicción profunda, esta vida de fe. Como ve, no nos fiamos exclusivamente de garantías humanas o jurídicas. Las obras que Dios inspira se mueven al ritmo de la gracia. Mi única receta es ésta: ser santos, querer ser santos, con santidad personal.

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