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Perdone que insista en el mismo tema: por cartas que llegan a la redacción, sabemos que algunas madres de familia numerosa se quejan de verse reducidas al papel de traer hijos al mundo, y sienten una insatisfacción muy grande al no poder dedicar su vida a otros campos: trabajo profesional, acceso a la cultura, proyección social... ¿Qué consejos daría usted a estas personas?

Pero, vamos a ver: ¿qué es la proyección social sino darse a los demás, con sentido de entrega y de servicio, y contribuir eficazmente al bien de todos? La labor de la mujer en su casa no sólo es en sí misma una función social, sino que puede ser fácilmente la función social de mayor proyección.

Imaginad que esa familia sea numerosa: entonces la labor de la madre es comparable —y en muchos casos sale ganando en la comparación— a la de los educadores y formadores profesionales. Un profesor consigue, a lo largo quizá de toda una vida, formar más o menos bien a unos cuantos chicos o chicas. Una madre puede formar a sus hijos en profundidad, en los aspectos más básicos, y puede hacer de ellos, a su vez, otros formadores, de modo que se cree una cadena ininterrumpida de responsabilidad y de virtudes.

También en estos temas es fácil dejarse seducir por criterios meramente cuantitativos, y pensar: es preferible el trabajo de un profesor, que ve pasar por sus clases a miles de personas, o de un escritor, que se dirige a miles de lectores. Bien, pero, ¿a cuántos forman realmente ese profesor y ese escritor? Una madre tiene a su cuidado tres, cinco, diez o más hijos; y puede hacer de ellos una verdadera obra de arte, una maravilla de educación, de equilibrio, de comprensión, de sentido cristiano de la vida, de modo que sean felices y lleguen a ser realmente útiles a los demás.

Por otra parte, es natural que los hijos y las hijas ayuden en las tareas de la casa: una madre que sepa preparar bien a sus hijos, puede conseguir esto, y disponer así de oportunidades, de tiempo que —bien aprovechado— le permita cultivar sus aficiones y talentos personales y enriquecer su cultura. Por fortuna, no faltan hoy medios técnicos que, como sabéis muy bien, ahorran mucho trabajo, si se manejan convenientemente y se les saca todo el partido posible. En esto, como en todo, son determinantes las condiciones personales: hay mujeres que tienen una lavadora del último modelo, y tardan más tiempo en lavar —y lo hacen peor— que cuando lo hacían a mano. Los instrumentos son útiles sólo cuando se saben emplear.

Sé de muchas mujeres casadas y con bastantes hijos, que llevan muy bien su hogar y además encuentran tiempo para colaborar en otras tareas apostólicas, como hacía aquel matrimonio de la primitiva cristiandad: Aquila y Priscila. Los dos trabajaban en su casa y en su oficio, y fueron además espléndidos cooperadores de San Pablo: con su palabra y con su ejemplo llevaron a Apolo, que luego fue un gran predicador de la Iglesia naciente, a la fe de Jesucristo. Como ya he dicho, buena parte de las limitaciones se pueden superar, si verdaderamente se quiere, sin dejar de cumplir ningún deber. En realidad, hay tiempo para hacer muchas cosas: para llevar el hogar con sentido profesional, para darse continuamente a los demás, para mejorar la propia cultura y para enriquecer la de otros, para realizar tantas tareas eficaces.

Referencias a la Sagrada Escritura
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