Josemaría Escrivá Obras
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Por el Prof. Pedro Rodríguez

Universidad de Navarra



I.- Los Apuntes íntimos y la redacción de Camino

La historia de la redacción de Camino tiene una fecha simbólica: “Diciembre de 1932” (1). La estampó el Autor en un pequeño fascículo –de tamaño cuartilla, apaisado– que es el primer anticipo de lo que terminará siendo el libro célebre que da ocasión a esta intervención mía en el Congreso. Ese manojo de cuartillas constituye, como digo, el germen “público” de Camino.

A nadie extrañe que entre en mi tema de una manera tan inmediatamente documental. Puedo comunicarles que la información archivística relativa a Camino y a su proceso redaccional es extraordinariamente abundante: en cierto sentido debe ser calificada de excepcional, también en relación con otras obras del Autor. Y, sin embargo, he de decir acto seguido que será difícil encontrar un autor que haya hablado menos del libro que prepara que Josemaría Escrivá de Balaguer. Apenas queda un papel en el que nos comente su proyecto, sus ideas acerca del futuro libro, su temática. Esto que digo resulta llamativo, sobre todo si se tiene en cuenta que, durante todo el período redaccional, el Beato Josemaría escribía unos Cuadernos de apuntes personales que, sin ser un diario en el sentido clásico, recogían numerosas noticias de su vida cotidiana: espiritual, intelectual, familiar, pastoral y apostólica. Pues bien, quien sólo leyera dichos Cuadernos no podría concluir que el autor de los mismos había proyectado, preparado y escrito el libro objeto de esta conferencia.

Y, a la vez, debo decirles que en tales Cuadernos –¡fíjense qué paradoja!– está la matriz, más todavía, el contenido textual del libro que terminará publicándose el año 1934 bajo el título Consideraciones Espirituales, que, como bien saben Vds., es la primera fase impresa de Camino(2).

1. Los Cuadernos de Apuntes íntimos

Digamos, pues, unas palabras sobre estos Cuadernos, que han sido fuente de primer orden para la edición crítica de Camino.

Son nueve y abarcan desde 1928 –y quizá antes– hasta los primeros años cuarenta. Hoy disponemos sólo de ocho: el Cuaderno I fue destruido por el Autor y desconocemos su texto; no figura en consecuencia en los Apuntes íntimos(3)

En la base de los Apuntes íntimos encontramos, siempre, una vida metida en Dios. Tomaba notas en cualquier sitio, con frecuencia por la calle. La interacción entre la “cuartilla” en que toma sus notas y el Cuaderno en que las transcribe refleja la extremada atención que el Beato Josemaría prestaba a las mociones de Dios en su vida; ese trasiego entre sus notas y el Cuaderno es una manifestación de su fe en la presencia y en la providencia de Dios; una fe que le llevaba a la lectura sobrenatural de los acontecimientos, pequeños y grandes, de su alma y del mundo.

Podemos distinguir, en los Apuntes íntimos, como cuatro tipos de anotaciones:

a) Un primer grupo estaría constituido por los textos que se refieren de manera directa al espíritu, misión y organización del Opus Dei. Toman unas veces la forma de una reflexión, otras tienen estilo de diálogo con el Señor –en este sentido, son parecidas a las del segundo grupo–, otras, expresión casi jurídica o normativa.

b) El grupo segundo corresponde a lo que hoy llamaríamos autobiografía espiritual: son experiencias íntimas del trato con Dios y con los hombres: en la Eucaristía, en la oración, en el trabajo, en la acción sacerdotal y apostólica, en las contradicciones y en la pobreza, en la forma cotidiana de expresar la piedad filial. Impresiona sobremanera la humildad del Beato Josemaría.

c) Un tercer grupo de anotaciones están más en la línea de un Diario. Es la actividad de una jornada, o de unos días: visitas, trabajos, tareas, gestiones, estudio, predicación, atención a la familia, acción pastoral aquí y allá, planes apostólicos, caminatas de un lado para otro en Madrid. Autobiografía, como en el grupo anterior, pero más narrativa, vista siempre y de manera temática en la perspectiva de Dios, de la acción de Dios en su alma y en las almas que le rodean.

d) Un cuarto y último grupo es de especial interés en nuestra conferencia: son textos que no tienen el estilo narrativo del grupo anterior, ni la formulación autobiográfica del grupo segundo. Son piezas autónomas, que se agregan a las anotaciones de los dos grupos anteriores: literariamente, son aforismos, sentencias, “consideraciones” sobre el vivir en Cristo, sobre la unión con Dios en medio de las circunstancias ordinarias la vida cristiana. Tienen en común con muchas del grupo primero, desde el punto de vista literario, el carácter acabado y “autónomo” de cada anotación. El clima de las anotaciones del grupo segundo es como el hogar, el horno en que se forjan estas “consideraciones” del grupo cuarto, que, una vez forjadas, se agregan, se yuxtaponen, se distribuyen dentro de la secuencia biográfica de los grupos segundo y tercero. Este modo de escribir en los Cuadernos presta a la secuencia del texto –ésa es mi impresión– una sorprendente frescura y autenticidad.

En los años 1932-33, cuando se forja Camino, los Cuadernos de Apuntes íntimos estaban rebosando doctrina espiritual y experiencia de almas, que clamaba por ser transmitida a otros. Examinados desde la cuádruple dimensión del fondo literario que he señalado, se comprueba cómo aumentan los textos que el Beato Josemaría puede seleccionar para darlos a conocer a un círculo más amplio. La historia de la redacción de Camino es en gran parte fruto de esta riqueza espiritual: primero, la edición a velógrafo de Consideraciones Espirituales en dos fascículos; luego, el opúsculo del mismo título; finalmente, el libro que nos ocupa(4).

Pero una cosa ha de quedar clara: el Fundador del Opus Dei no anota sus Cuadernos –decía ya en febrero de 1931– para escribir un libro, sino porque se siente

“impulsado a conservar, no sólo las inspiraciones de Dios –creo firmísimamente que son divinas inspiraciones– sino cosas de la vida que han servido y pueden servir para mi aprovechamiento espiritual y para que mi padre confesor me conozca mejor”(5).

De este patrimonio, como dije, procede la totalidad del contenido de Consideraciones Espirituales: muy principalmente de este cuarto grupo de textos, pero también de los demás, especialmente de los grupos segundo y tercero. Lo contaba años después el propio Autor:

“Camino está tomado, en parte, de una especie de diario –no, no, no es diario: me revientan los diarios– hecho en honor de Santa Catalina. Cada una de esas cosas recuerda un suceso o es un hecho de alguna persona. Esas fichas las ordené en el treinta y tres y las llevé a imprenta en el treinta y cuatro(6).

El clima de Camino, como antes el de Consideraciones Espirituales, es el de los Apuntes íntimos del Beato Josemaría.

Ésta es la vivencia que tuvieron muchos de los que le conocieron en los primeros años treinta y perdieron contacto con él por los avatares de la vida. Cuando leyeron Camino, se les puso ante los ojos aquel modesto fascículo a multicopista que les había repartido a finales de 1932 y que es, como dije al empezar, la primera expresión pública de lo que será Camino.

2. La redacción de Camino

Digamos ya una palabra sobre este manojo de cuartillas. Porque eso son: 17 cuartillas mecanografiadas, apaisadas, escritas con una máquina de mala calidad –y por un mecanógrafo o mecanógrafa no muy hábil– y después multicopiadas a velógrafo. El fascículo contiene 246 consideraciones numeradas(7). Lleva por título CONSEJOS ESPIRITUALES – CONSIDERACIONES ESPIRITUALES(8). Fecha: Diciembre de 1932. En la última cuartilla –en blanco, sin numerar–, este colofón: DEO OMNIS GLORIA. No consta en parte alguna el nombre del autor: el fascículo es anónimo.

Al comenzar el verano de 1933 Escrivá daba al velógrafo un nuevo fascículo, un segundo bloque de consideraciones. Más breve que el anterior. Son siete cuartillas, de las mismas características. La primera se encabeza así: “CONSEJOS ESPIRITUALES – CONSIDERACIONES ESPIRITUALES (Continuación)”. Son, los de este fascículo, 87 nuevos textos con numeración consecutiva respecto al fascículo anterior: es decir, al llegar al 333 el Autor paró. Este fascículo era hasta ahora desconocido en la literatura biográfica. Lo encontré entre los papeles del AGP. Este pequeño descubrimiento ha permitido establecer que la edición a velógrafo tiene 333 puntos, un tercio de lo que será Camino, lo que adelanta a 1933 el deseo de Josemaría Escrivá de expresar en “clave trinitaria” las consideraciones de su libro.

Al año siguiente, el contenido de los fascículos –más otras 110 consideraciones sacadas de Apuntes íntimos–, pasaron a la imprenta: es la edición de Cuenca. Sus dimensiones son 15 x 10’5 cm. En la cubierta anterior, que hace también de portada, se lee: “CONSIDERACIONES ESPIRITUALES / por / José María / Cuenca.–Imp. Moderna / 1934”.

El Autor, como vemos, continúa en el anonimato. En 1939 aparecerá la edición definitiva con el título definitivo: Camino. Es la que conocemos, con sus 999 puntos. La edición príncipe aparecerá en Valencia en septiembre de ese año, en formato amplio y 336 páginas, con la famosa greca de nueves abarcando de arriba abajo ambas cubiertas. El Autor había preparado el texto durante la guerra civil española, primero durante su refugio en la Legación de Honduras (Madrid, 1937), y luego, en Burgos, a lo largo de 1938. Se conserva una colección de casi 550 octavillas autógrafas con las que completó, hasta alcanzar el número de 999, los puntos publicados en la edición de Cuenca. El libro lo terminó de pasar a máquina –él, personalmente– en la madrugada del día 2 de febrero de 1939. Se conserva también este original mecanografiado. Son piezas de extraordinario valor.

¿Por qué decide Josemaría Escrivá publicar esos fascículos, y luego prolongarlos en Consideraciones Espirituales y en Camino? ¿Qué busca, qué le mueve a escribir y editar este libro, que ahora es ya un clásico en la literatura cristiana? Mi respuesta es: no estamos ante la decisión de un “autor” que quiere escribir un “libro”, sino ante la responsabilidad de un sacerdote que se sabe portador de una misión y de un mensaje y busca llegar a un número creciente de almas; que trata de convocarlas a la misión que él recibió el 2 de octubre de 1928 y de darles la formación espiritual adecuada, y ve que con la palabra hablada no llega, y se siente urgido a prolongarla por escrito. Esta clara y sencilla finalidad es la que, según se me alcanza, va a determinar la génesis tanto histórica como teológica de este libro célebre. Detengámonos en ella.

II.- La finalidad y los destinatarios de Camino

Antes de decidirse a preparar los fascículos citados, el Beato Josemaría dejaba a otros sus cuartillas, que les abrían “insospechados horizontes” (punto 973), o reunía a veces a sus jóvenes amigos y les leía páginas espirituales –dicen esos testimonios– “de un Cuaderno que llevaba consigo”(9). Pero al ir creciendo su irradiación espiritual y apostólica, esto ya no era materialmente posible ni suficiente. Aquellos textos, por otra parte, no eran para una lectura ocasional: había que rumiarlos en el alma y meditarlos ante el Señor. No daba abasto. Se decidió a entresacar de los Cuadernos los pasajes que le parecieron más oportunos, multicopiarlos y repartirlos. Se trataba de intensificar la formación “a distancia” de los que tenían con el Autor su dirección espiritual(10).

Fue haciendo llegar los “consejos”, como llamaba el Autor a estos fascículos, a las personas –sacerdotes y laicos, hombres y mujeres– más implicadas en su proyecto espiritual y apostólico. Cuando el año anterior el Autor se propuso difundir, también a multicopista, el primer esbozo del Santo Rosario, explicó de manera nítida a su confesor la finalidad de aquellas notas:

“Le entrego estas cuartillas para que haga el favor de decirme si vería conveniente tirarlas al velógrafo, con el fin de empujar a nuestros amigos por el camino de la contemplación”(11).

No tenemos ninguna declaración equivalente a propósito de los fascículos. Pero de su lectura se infiere que la finalidad es muy próxima, por no decir la misma, que la de Santo Rosario (como terminará explicando el Autor en el prólogo de Camino). También leer y meditar los puntos de estas hojas a velógrafo era imbuirse del espíritu contemplativo que el Autor difundía en su labor apostólica.

Estos textos multicopiados eran algo que le permitiría llegar a más gente, es cierto. Pero no era lo cuantitativo, sino lo cualitativo lo que movía a Josemaría Escrivá. Él veía en las cuartillas un instrumento para avanzar y profundizar en la formación de aquellos a los que ya había llegado o estaba llegando: a nuestros amigos, como dice familiarmente. En otras palabras: con esta iniciativa, lo que deseaba era empujar hacia la plenitud de vida cristiana a los que ya habían tomado contacto con el “proyecto” que les proponía.

Esta finalidad y estos destinatarios se mantienen cuando decide pasar de la multicopista a la imprenta. En Consideraciones Espirituales y en torno a ellas encontramos declaraciones del Autor interesantes sobre nuestro tema. La primera se lee en la “Advertencia preliminar” con la que comienza el libro. Allí concreta quiénes son esos amigos de los que hablaba: son “jóvenes seglares universitarios dirigidos por el autor”. El libro se escribe “respondiendo a [sus] necesidades”. A continuación, pero ya en el prólogo, dice sencillamente al lector, en prosa poética, que esas páginas son palabras de sacerdote, “confidencia de amigo, de hermano, de padre”, para meditarlas en la presencia de Dios, que las escucha. Sigue pues el Beato Josemaría “empujando” hacia la vida de oración.

En el prólogo de Camino recoge y prolonga lo manifestado en el de Consideraciones Espirituales. La intentio del Autor recibe una formulación próxima a la de Santo Rosario, pero personalista y especialmente bella. El libro se ha escrito –dice– para que:

“te metas por caminos de oración y de Amor”.

En Camino, en contraste con Consideraciones Espirituales, no habla para nada de los destinatarios. Entiendo que la razón es ésta: lo que nació para el círculo de amigos, para los jóvenes universitarios del entorno de la Academia DYA y la residencia de estudiantes de la calle Ferraz –las incipientes labores apostólicas que entonces tenía el Opus Dei–, ahora, con la edición comercial, lo abre el Autor a todo tipo de lectores. Pero el libro –que es literalmente el mismo, ampliado con nuevas consideraciones– no perderá en ningún momento la impronta juvenil de su autor y de sus lectores más originarios.

En síntesis: Al escribir sucesivamente los fascículos, Consideraciones Espirituales, Camino, el Autor quiso ofrecer a los lectores del libro –cuyo primer destinatario era la juventud universitaria– un instrumento para adentrarse “por caminos de oración y de Amor”. El término del camino tiene en el prólogo esta formulación inhabitual –es la única vez que aparece en el texto–: “alma de criterio”, “llegar a ser alma de criterio”.

Nuestra investigación sobre la intentio o finalidad del libro debe ahora echar mano de un texto –escrito muchos años después–, que es la más acabada y madura declaración del Autor de Camino acerca del “objetivo” que se propuso al escribirlo. El Beato Josemaría está hablando de cómo cada uno de los fieles del Opus Dei procura buscar la santidad dentro del estado en el que ha sido llamado por Dios. Esto se hace posible –dice– gracias a la “unidad de vida”,

“en la que se une la contemplación a la acción, y en la que el trabajo santificado y santificante es como el quicio sobre el que gira toda nuestra actividad, interna y externa”(12).

El trabajo –continúa–, convertido en medio de santificación propia y de apostolado, se entreteje con la práctica de las virtudes cristianas, en sus diversas manifestaciones de devoción –“a la Trinidad Beatísima, a Cristo en la Eucaristía, a la Virgen”– que componen el entramado de la vida espiritual. Es en este momento cuando viene a nuestro asunto:

“Yo escribí una buena parte de Camino en los años comprendidos entre 1928 y 1933, y la publiqué en 1934: y, con esa publicación, traté de preparar un plano inclinado muy largo, para que fueran subiendo poco a poco las almas, hasta alcanzar a comprender la llamada divina, llegando a ser almas contemplativas en medio de la calle”(13).

Encontramos aquí, reunidos y explicados veinte años después, los elementos de la intentio del Autor que hemos ido encontrando en los documentos simultáneos al libro: contemplación, oración, acción, trabajo, vida interior, y que resume en esta nueva fórmula: llegar a ser “almas contemplativas en medio de la calle”(14). Pero fíjense que, antes de venir a esto, el Autor nos dice que el final del plano inclinado es, propiamente, “comprender la llamada divina” (a esa unidad de vida, a esa santificación del trabajo, a ese vivir la vida ordinaria en el mundo secular), y de esa vital comprensión surge la oración contemplativa en las diversas encrucijadas de la cotidiano.

Ya se dan cuenta Vds. de que el Autor, con ocasión de formular la intentio de su libro, nos hace una –hasta ahora la única– importante declaración acerca de la “interna” estructura del libro. Tomemos nota. Su ordo está concebido:

a) como la ascensión por un plano inclinado hasta llegar a esa “comprensión” de la que habla,

b) comprensión que para el Autor es entrega plena a la vocación así comprendida,

c) vocación que lleva a la contemplación en medio del mundo.

De ello habrá que ocuparse después más despacio. Ahora sigamos acopiando datos sobre los destinatarios del libro.

La historia de la redacción muestra cómo el libro pasa del pequeño círculo de allegados (los fascículos) a la juventud universitaria de Madrid (las Consideraciones de Cuenca) y a la generalidad de los lectores (texto definitivo: Camino) sin apenas modificaciones en su texto(15). El Autor pudo decir –un año antes de su muerte– en un encuentro con fieles del Opus Dei:

“Lo he escrito para todas las almas..., no para nosotros”(16).

Unos años antes se lo había explicado a un periodista francés:

“No es un libro para los socios del Opus Dei solamente; es para todos, aun para los no cristianos”(17).

Esta última afirmación debe ser retenida. Andando el tiempo, la repitió con frecuencia y la estampó de su puño y letra en la Nota que escribió para la 26ª edición de Camino (1965). Escribe –dice– desde “la experiencia ya no corta de gentes de todas las razas, de tan diversas lenguas y de tan variadas mentalidades”. Habla de “millones de almas que se han acercado más a Dios Nuestro Señor”, a las que califica de “amigos queridísimos” y que son “católicos y no católicos, cristianos y no cristianos”(18). El Autor constata que los lectores del libro han trascendido todo tipo de fronteras.

Por otra parte, como dice en otro momento el propio Autor, “es evidente que [el libro] está impregnado del espíritu del Opus Dei”(19) y presupone, en su lógica interna, la catequesis de la fe católica, que lo llena por los cuatro costados, y una experiencia consciente de la vida sacramental de la Iglesia. En 1934 había explicado a don Francisco Morán, Vicario General de la Diócesis de Madrid, que Camino sólo es útil para una persona que quiera tener vida interior(20). Es una gran verdad que, con otra expresión, repitió treinta años después al periodista francés Guillemé-Brûlon: que “Camino se debe leer con un mínimo de espíritu sobrenatural, de vida interior y de afán apostólico”(21). De todo esto parecen deducirse dos cosas: primera, que esos requisitos eclesiales se dan de alguna manera –según la experiencia del Autor– más allá de las fronteras visibles de la Iglesia Católica(22); segunda, que un libro tan profundamente intracristiano ha demostrado una paradójica capacidad de ser instrumento para el anuncio ad extra del Evangelio. Me parece que esta gigantesca e insospechada expansión del círculo de lectores de Camino tiene lugar sin que se altere lo que le pareció verificar al Prof. Garrido Gallardo: que una lectura auténtica del libro sólo la puede realizar “quien goce de lo que San Juan de la Cruz llama ‘sencillez de espíritu’(23), quien ofrezca la acogida que el autor reclama para sus palabras ‘como confidencia de amigo, de hermano, de padre’”(24).

III.- La estructura teológica de Camino

1. El significado de la estructura para la comprensión de Camino

La estructura –la “orgánica” del libro–, que es tan importante para la comprensión de toda obra con enjundia, lo es muy especialmente en ésta. En la ya citada “Advertencia preliminar” de Consideraciones Espirituales, el Autor habla de su preocupación por el tema(25), insistiendo en la dificultad de la empresa; dificultad que, según sus propias palabras, radica en que muchas –tal vez la mayoría– de las consideraciones podrían ocupar posiciones diversas dentro del libro: en otros capítulos o en distintos lugares dentro del capítulo asignado. La dificultad está, pues, en la ubicación de los textos dentro de un ordo o sucesión de partes. Pero del ordo elegido, en cuanto tal, el Autor no nos da ninguna información. ¿Cómo llegó el Beato Josemaría a establecer esa concreta estructura del libro? ¿Por qué esa ordenación de los capítulos y no otra? La comprensión teológica de Camino va íntimamente unida a la comprensión de la génesis y elaboración por el Autor de su ordo dicendi, es decir, de la estructura del libro.

El tema es importante, porque la estructura dada a esos contenidos de origen tan peculiar, personal e íntimo, la manera de concatenarlos y comunicarlos al lector, es, precisamente, lo que el Autor ha puesto en el libro en cuanto libro, porque Camino, y de manera muy especial Consideraciones Espirituales, es un libro que –en cuanto a su fondo literario, a su contenido– nunca fue “escrito” como libro. Y, sin embargo, de esa estructura, insisto, nada nos dice formalmente el Beato Josemaría. He tenido que inducirla del texto y del proceso redaccional. Pero he podido hacerlo guiado por el propio Autor, que, al declararnos su intentio, nos ha dicho también, como acabamos de ver, que esa estructura es una ascensión por un plano inclinado, que es camino de oración y de Amor, hasta llegar a la comprensión de la propia vocación y a la contemplación de Dios en medio del mundo.

Pasamos, pues, al estudio de su obra prout iacet ante nosotros en sus tres fases redaccionales –fascículos, Consideraciones Espirituales y Camino–, con objeto de captar, a través de ellas, la interna estructura de esa organización externa, su hilo conductor desde el punto de vista teológico-espiritual.

En los fascículos el texto carecía de toda organización externa: una mera secuencia, sin división alguna, de las 333 unidades (consideraciones o consejos). Es en Consideraciones Espirituales donde por primera vez aparece ante al lector una estructura del libro: me refiero a la división en 26 partes o capítulos, que se refuerza en Camino, tercera fase de la redacción y resultado final de la intentio del Autor, con su división en 46 capítulos. Enseguida se ve que el ordo sólo puede ser comprendido a partir de Consideraciones Espirituales, pues en Camino lo que hace el Autor es asumir, modificar, desarrollar e incrementar la estructura del impreso de Cuenca.

¿Qué significan los fascículos en este proceso? Desde el punto de vista crítico-histórico, su análisis y comprensión estructural es importante y, a la vez, no fácil por la carencia de todo signo externo de organización de los materiales. No obstante, la investigación de ese patrimonio, en comparación con Consideraciones Espirituales y Camino, hace comprender que, estructuralmente, el libro impreso en Cuenca –y en consecuencia Camino– manifiestan un ordo que se encuentra ya en germen, aunque de manera implícita, en el primer fascículo. Pero no podemos detenernos en ello. Pasamos, pues, directamente al texto impreso.

El trabajo de Josemaría Escrivá en la redacción de Camino en Burgos está perfectamente documentado y nos permite, a pesar del silencio del Autor sobre la estructura del libro, inducir su método de trabajo y conocer muchas cosas acerca de la estructura y el orden con que va confeccionando su obra. El resultado de nuestra investigación sobre el tema es una propuesta de comprensión interna de la estructura del libro, de su secuencia teológico-espiritual. De ella quiero ahora presentar a Vds. las líneas fundamentales.

El estudio de esa serie continuada de las 46 piezas mayores que componen el libro, buscando su engarce teológico, espiritual y antropológico, me ha llevado a la conclusión de que el libro se articula en tres Partes, cada una de las cuales tiene a su vez como dos secciones o divisiones internas. El esquema resultante sería el que sigue:

I. Parte Primera (caps. 1-21).

Seguir a Cristo: los comienzos del camino

A) Oración, expiación, examen (caps. 1-10)

B) Vida interior, trabajo, Amor (caps. 11-21)

II. Parte Segunda (caps. 22-35).

Hacia la santidad: caminar “in Ecclesia”

A) Iglesia, Eucaristía, Comunión de los Santos (caps. 22-25)

B) Fe, virtudes, lucha interior (caps. 26-35)

III. Tercera Parte (caps. 36-46).

Plenamente en Cristo: llamada y misión

A) Voluntad y Gloria de Dios, Infancia espiritual (caps. 36-42)

B) Vocación y misión apostólica (caps. 43-46)

Como bien sabemos, Camino dobla ampliamente los contenidos de Consideraciones Espirituales, y su ordo es el definitivo del libro. ¿Cómo elabora el Autor ese ordo, esa estructura, que hemos condensado en esas tres Partes? Para formar un solo libro a partir de los dos patrimonios literarios –el de Consideraciones Espirituales y el de las octavillas de Burgos– el Autor trabajó con un método de integración que ahora no vamos a exponer y del que me he ocupado en la Introducción General de la citada edición crítica. Sólo quiero subrayar que en la mente del Autor no se trata de un nuevo libro sino de ampliar el existente. Por eso, desde el punto de vista de la estructura general, me parece que el momento decisivo para la comprensión del ordo de Camino no es el de los años 1938-39, en Burgos, sino el de 1934, en Madrid. El ordo de Consideraciones Espirituales, resultante de aquel laboreo, es el gozne metodológico para la comprensión del tema. En Burgos el Autor asume la línea expositiva de Consideraciones Espirituales como matriz y falsilla para la estructura de Camino. Habrá numerosos desarrollos estructurales y de contenido, algunos muy importantes, que se introducen después de sopesarlos mucho y que señalaré, pero el ordo de 1934 permanece fundamentalmente. Esto nos permite pasar directamente al estudio de la estructura del libro tal como aparece en su fase final. Bástenos ahora decir que esta estructura está en germen en el fascículo de 1932, claramente articulada en Consideraciones Espirituales, y en su pleno y final desarrollo en Camino.

2. Articulación teológico-espiritual de Camino

La dificultad de “articular” los capítulos de Camino, de “encajarlos” dentro de una sistemática teológica, es patente(26). El plan académico de las materias teológicas y los esquemas de los manuales fracasan a la hora de comprender la secuencia de un libro que, por otra parte, está lleno de intuiciones y sugerencias teológicas. El esquema teológico de comprensión que he propuesto y que ahora paso a comentar sólo ha podido emerger después de tomar en serio lo que es el libro según su Autor. De ahí la importancia que hemos dado en este apartado a la captación de su intentio. Mucho hemos hablado ya de ella. No voy a insistir. Esa intentio nos hace ver que el plan –la dispositio– de Camino no es “sistemático”, sino claramente existencial. Arranca de los dones de Dios y de la experiencia sacerdotal del Autor: experiencia de un sacerdote que tiene un profundo conocimiento del sujeto humano ante Dios –y, en concreto, de los jóvenes universitarios, inmediatos configuradores del libro–; de un sacerdote que tiene “algo” de Dios que comunicar a las personas que frecuenta: un mensaje de santidad en medio del mundo. El “plano inclinado”, que es su mot d'ordre en la materia, está dispuesto desde la realidad concreta de ese destinatario del libro, que es el que domina metodológicamente Camino y al que el Autor querría llevar –por “caminos de oración y de Amor”– hasta el descubrimiento pleno de su vocación a la santidad y al apostolado.

Un ejemplo de lo que digo: la posición, casi inicial en el libro (cap. 2º), del tema “Dirección”. ¿No habría que hablar antes de otras graves realidades de la economía de la gracia: la Fe, la Iglesia, la Vida sobrenatural, la Santa Misa, la Caridad, la Comunión de los santos, por nombrar, con sus propios títulos, unos cuántos capítulos de Camino? Desde un punto de vista “sistemático” –de sistemática teológica, de exposición “orgánica”– es evidente que sí: la “dirección espiritual” de que habla el Autor viene, sistemáticamente, después. Y el Autor lo sabe perfectamente. Pero él está “ordenando” el material con arreglo a la intentio y al destinatario que tiene en la cabeza y en el corazón, y en la realidad de cada día. Y sabe que, para que esa persona suba por el plano inclinado y recorra el camino, hay que hablarle cuanto antes de “dirección espiritual”: de la necesidad de una guía en el camino. Lo mismo podríamos decir del cap. 4: “Santa pureza”. ¿Por qué no está en la Segunda Parte del libro, junto a las demás virtudes? Allí está su lugar sistemático. Así estaba en el fascículo de 1932... Ha habido una decisión formal, ya en Consideraciones Espirituales, de colocar el capítulo donde ahora está. Sucede lo mismo que en el caso anterior. El Autor sabe que, si se quiere subir hasta la plena unión con Dios, la pureza es, existencialmente, un escalón del primer tramo. Y por este camino, este libro “antisistemático” va tomando una configuración de profundo sentido teológico-antropológico-espiritual. Vamos a considerar en esta perspectiva –de manera sintética, como dije– las tres Partes del libro:

a) Primera Parte: “Seguir a Cristo”

En la Primera Parte, que he titulado “Seguir a Cristo: los comienzos del camino”, he agrupado, según mi personal apreciación, los primeros veintiún capítulos del libro. Es decisivo, para comprender Camino, captar el sentido del capítulo primero, que el Autor titula “Carácter”. Se equivocaría el que viera en este capítulo una especie de “introducción humanista” al Cristianismo o a la vida espiritual del cristiano. Tratan muchos de sus aforismos, es cierto, de rasgos capitales de la personalidad humana; pero el Autor sitúa el diálogo, desde el primer momento, en el interior de la “economía de la gracia”, o como él dice, de la “economía del espíritu” (punto 234): el punto de partida es la presencia de Cristo en el lector con el que dialoga. Josemaría Escrivá parte –ya lo hemos dicho– de que su interlocutor en Camino ya tiene una experiencia de la vida sacramental y espiritual. Éste es precisamente el sentido teológico-pastoral de las palabras del prólogo: “No te contaré nada nuevo. Voy a remover en tus recuerdos”.

Así se explica que desde el primer punto vaya directamente a las implicaciones existenciales de la condición cristiana:

“Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.

Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.

Ese emblemático punto 1 es, en efecto, decisivo para la comprensión del “plano inclinado” de que nos habla el Autor: un plano que, metodológicamente, presupone la realidad de la fe y el bautismo y, desde ambos, se proyecta sobre la vida humana del cristiano, que debe ser reformada radicalmente –a la letra: desde la raíz, desde Cristo– hasta alcanzar las cimas de la santidad y de la entrega. Si hay algo que da unidad al libro, y ya desde el punto primero, es su “cristocentrismo” total: el plano inclinado hay que subirlo con Cristo, desde Cristo y en seguimiento de Cristo.

Esto, que es temático en el primer capítulo, es en realidad un criterio hermenéutico para la lectura del libro en cualquiera de sus Partes, pero de manera especial en esta Primera. El Autor va dialogando con los lectores –o mejor, con el lector: el “tú” característico de Camino– sobre los primeros pasos del seguimiento de Cristo y las coordenadas fundamentales de ese caminar.

El Autor comienza, en la Sección A, casi sin preámbulos, enfrentando al lector con la necesidad de esa profunda “reforma” de la propia vida –tema de fondo del cap. 1–, para pasar enseguida a lo que podríamos llamar sus “condiciones de posibilidad”: la dirección espiritual, la vida de oración, la limpieza de corazón, el espíritu de mortificación y de penitencia, el examen personal. Son los temas de los diez capítulos iniciales del libro.

Los otros once constituyen la Sección B. Los caps. 11-16 plantean cómo trabajar (estudiar) bajo la mirada de Dios o cómo buscar la unión con Dios en el trabajo (estudio), y apuntan de manera directa al seguimiento de Cristo en medio del mundo, en la vida profesional y secular. Los cuatro siguientes (caps. 17-20) calan fuerte en la exigencia de santidad de ese seguimiento: la santidad del cristiano se sitúa en un “plano” paradójico (cap. 17), en el que hay que vivir el Amor a Dios (cap. 18) y a los hermanos (cap. 19), fiándolo todo en la Cruz y el Evangelio (cap. 20). Todo, bajo la mirada maternal de la Virgen María (cap. 21).

Una palabra acerca de este último capítulo, “La Virgen”, con el que estimo que se puede concluir esta Primera Parte. Podría también haberlo considerado capítulo de apertura de la Parte Segunda del libro, en la que el Autor contempla el vivir cristiano –descrito en la Parte Primera con una fuerte impronta cristológica– como un caminar en la Iglesia y en su tradición sacramental y espiritual. Invita a esta segunda opción comprobar que el capítulo sobre la Virgen guarda una gran afinidad teológica con el capítulo siguiente, “La Iglesia”. A los ojos del Autor, la Virgen María –y la Iglesia con ella– aparece, ante todo, como Madre. La maternidad mariana y la maternidad eclesial vienen propuestas por el Autor una a continuación de la otra: ambas, llenas de teología y de ternura. Por eso, la situación en el ordo del capítulo sobre la Iglesia (que es de nueva creación en Burgos) me parece claramente intencionada: María y la Iglesia. Pero también me parece intencionada –y ya desde Consideraciones Espirituales: cuando no había capítulo sobre la Iglesia–, la situación del capítulo “La Virgen” a continuación de “Los medios” –el Crucifijo y el Evangelio (punto 470)–: Ella es el camino corto por el que se va y se “vuelve” a Jesús (punto 495), el resello de toda empresa de apostolado (cfr. punto 505). Por su relación con este capítulo que le precede, la Virgen María lo prolonga y cierra la “Primera Parte” que hemos trazado. En última instancia, lo que me ha llevado a inclinarme por esta segunda posición es el estilo del Autor, que gustaba acabar siempre su predicación hablando de la Virgen-Madre. En realidad, es una cuestión de perspectiva teológica. Las dos posiciones son perfectamente sostenibles.

Esta que consideramos Primera Parte de Camino comprende más de medio libro: 516 puntos. En cierto sentido puede decirse que en ella, de alguna manera, ya está dicho todo. Lo cual confiere a las otras dos partes un significado singular dentro del plano inclinado. Pasamos a considerarlas brevemente.

b) Segunda Parte: “Caminar 'in Ecclesia'“

La Segunda Parte de Camino tiene 237 puntos y figura, en el esquema que he propuesto, bajo el título “Hacia la santidad: caminar 'in Ecclesia'“. Ya vimos, al comparar el ordo de Consideraciones Espirituales con el de Camino, que en esta Parte es donde se ofrecen mayores diferencias entre ambos momentos redaccionales. En el primer fascículo está muy débilmente dibujada, aunque sí ubicada. En el libro de Cuenca está ya ordenada una parte significativa de este patrimonio, pero es en Burgos donde se construye con sus rasgos más característicos. Aquí adquiere su verdadero perfil, fruto de la profunda reestructuración que el Autor hace del conjunto, obligado en buena parte por la acumulación de nuevo material: casi dos tercios de esta Parte han sido escritos en Burgos (sólo 89 puntos proceden del impreso de Cuenca). Esta Segunda Parte de Camino contempla y describe, como ya he dicho, el vivir cristiano como un caminar hacia la santidad en la Iglesia y en su tradición sacramental y espiritual.

La Sección A de esta Segunda Parte es casi enteramente nueva(27). Los tres primeros capítulos –de nueva creación: “La Iglesia”, “Santa Misa”, “Comunión de los Santos”– enmarcan la eclesialidad de la propuesta espiritual del Autor, que da su sentido propio al antiguo capítulo “Devociones”. La secuencia podríamos describirla así en expresión teológica: la Iglesia Madre (cap. 22), Cristo y su Sacrificio viviendo en su Iglesia (cap. 23), la Iglesia comunión y fraternidad (cap. 24), la comunión en la tierra con la Iglesia del Cielo (cap. 25: “Devociones”).

La Sección B será el despliegue de ese vivir “eucarístico” y eclesial del cristiano(28). El Autor se detiene, primero, en las virtudes cristianas, comenzando por la fe y la humildad, las virtudes “fundantes” del seguimiento de Cristo(29). En un segundo momento, contempla el carácter militante y escatológico de la vida “in Ecclesia”, que comporta sufrimiento, lucha, esperanza: son los capítulos “Tribulaciones”, “Lucha interior”, que describen el “combate” de la práctica de las virtudes, y “Postrimerías”, con el que acaba la Segunda Parte.

¿Dónde está el significado singular que he dicho antes tenía este conjunto de capítulos de Camino? A mi parecer, esta Parte Segunda no es, propiamente, un seguir avanzando por el plano inclinado, sino una reconsideración, una reafirmación del “camino” recorrido (Parte Primera), pero visto ahora en perspectiva eclesial. Como un subrayar que la vida del cristiano hasta ahora descrita –”vita in Christo”– es inseparablemente vida “in Ecclesia”: vida desde la maternidad de María y de la Iglesia, vida desde la Eucaristía y los sacramentos, vida que es comunión de los santos: con los otros cristianos aquí en la tierra, con la Iglesia triunfante en el Cielo, una vida cuyo sentido es escatológico. “Camino –en expresión de J. Morales– piensa el Cristianismo como Iglesia”(30).

c) Tercera Parte: “Plenamente en Cristo”

La Parte Tercera tiene una extensión semejante a la Segunda: 246 puntos. El Autor, ya desde el primer fascículo, había situado en las zonas finales del libro una serie de “consideraciones” que en su Cuadernos de Apuntes íntimos contemplaban de manera más directa aspectos de la vida, el fin, el espíritu, el trabajo y el apostolado de los fieles del Opus Dei, entonces incipiente. En consecuencia, en esta parte de Camino se dan con más frecuencia esos retoques redaccionales que tienen por objeto que el libro sea para todos los cristianos.

También en esta Parte podemos entrever como dos Secciones. En la Sección A el Autor dibuja, ante el cristiano que ha llegado ahí, un “perfil” profundizado de la entrega a Dios. Lo contempla como un hombre, o una mujer, radicalmente comprometido con la Voluntad y la Gloria de Dios (caps. 36 y 37), buscador de compañeros y amigos que compartan este ideal (cap. 38), que santifique su trabajo cuidando las “cosas pequeñas” (cap. 39) –cada uno en su sitio, sin alardes (cap. 40)–, que se sienta “niño” –hijo– delante de Dios y confíe en Él por completo (caps. 41-42). El Autor invita al lector a adentrarse del todo en ese camino, a perderse en el Amor de Dios hasta ser un “contemplativo en medio de la calle”, como dice en el texto-guía de nuestro discurso.

Pero esa contemplación, para el Autor de Camino, es por completo inseparable del afán de almas, del compromiso apostólico, de la misión. La Sección B, en efecto, con la que acaba el libro, está dedicada a reforzar la universal llamada personal a la santidad bajo el aspecto, inseparable, de la llamada universal –¡personal!– al apostolado. La vocación cristiana, la santidad se entiende en Camino en clave de misión, de acción apostólica: es la misión –llevar el mundo a Dios: “omnes cum Petro ad Jesum per Mariam” (punto 833)– la que “tira” del cristiano hacia la santidad. En Consideraciones Espirituales la Sección constituía un único capítulo, “El apostolado”, que el Autor reestructuró, a partir de los materiales de Burgos, en los actuales caps. 43-45: “Llamamiento”, “El Apóstol”, “El Apostolado”. El libro termina hablando de la perseverancia en el camino (cap. 46) hasta llegar a la cumbre definitiva del plano inclinado: el Cielo.

Dos subrayados quiero hacer respecto a esta Parte Tercera. Es el primero el relieve que adquieren determinadas dimensiones de la vida cristiana, que estaban ya diseminadas y operantes en los capítulos precedentes, pero que ahora se hacen sumamente explícitas. El caso más claro es, en la Sección A, el de los dos capítulos sobre “infancia espiritual”: un tema que configura a Camino desde el punto primero(31), pero que aquí se da con un llamativo desarrollo. Lo mismo puede decirse –incluso con más motivo– a propósito de Voluntad de Dios, Gloria de Dios, etc. Esto hace ver que, para el Autor, estas realidades guardan directa e inmediata relación con la meta del camino, que es, como bien sabemos, “comprender” la propia vocación y ser “alma contemplativa en medio de la calle”. En la Sección B de esta Tercera Parte, con la que se cierra el libro, debemos decir algo semejante en lo relativo a los capítulos sobre “apostolado”.

Pero, sobre todo, lo que decimos debe aplicarse a “Cosas pequeñas”, que, en cuanto capítulo, es de nueva creación en Burgos. El Autor lo articula comenzando con dos puntos (813 y 814) que toma del capítulo “Caridad” de Consideraciones Espirituales; luego introduce otros cinco puntos (los actuales 815-819), que saca de “Infancia espiritual” (donde ya estaban formando una secuencia); y a estos siete puntos de Cuenca agrega once más redactados en Burgos. El cuidado, la atención a las “cosas pequeñas” en el nuevo capítulo no va, pues, a aparecer ya como directa expresión del camino de infancia espiritual (así, en el impreso de Cuenca), sino que va a significar el amor a Dios y al prójimo en la santificación de la actividad ordinaria del cristiano(32). Esto es lo que me parece importante en la “autonomía” que el tema adquiere en la redacción de Burgos. El Autor, que seguía un verdadero “camino de infancia” en su relación con Dios, sintiéndose “niño” ante el Señor, siempre vio con toda claridad que no todos tenían por qué hacer suyo ese camino. La “vida de infancia espiritual” se puede mostrar, pero no se puede exigir, es puro don del Espíritu Santo(33). Y, a la vez, con la misma claridad veía que el “cuidado de las cosas pequeñas” no es algo “optativo” sino una dimensión fundamental, constitutiva, de la santificación del trabajo profesional y de la vida ordinaria, que él enseñaba a los fieles del Opus Dei y a todo el que quisiera escucharle(34).

Esto último me parece determinante a la hora de indagar por qué el Autor dio a este capítulo la posición que tiene en la secuencia de Camino. El capítulo podría haber sido situado con todo rigor dentro del bloque de los caps. 11 a 17, al final de la Primera Parte, donde se describe el horizonte de la santificación en la vida corriente. La opción del Autor, al incluirlo en esta Tercera Parte dedicada a llamamiento y apostolado, me parece que fue muy meditada. Pienso que quiere poner de manifiesto que “cuidar las cosas pequeñas” en el trabajo y en la vida espiritual es presupuesto de toda acción apostólica. Por lo demás, “Cosas pequeñas” no sólo quiere excluir la tentación de pensar que la santidad se forja sólo en las “grandes” ocasiones, en situaciones extraordinarias, sino que quiere subrayar, que la relación personal del cristiano con Dios ha de ser un flujo incesante, como las pequeñas realidades de cada día: un flujo de Amor y de oración(35). En todo caso, el presente capítulo se inscribe de manera muy clara en “esa original contribución al sensus plenior del ser cristianos en medio del mundo”, que es la doctrina del Fundador del Opus Dei(36).

He aquí mi segunda consideración: lo nuevo de esta Parte Tercera está en la fuerza de los subrayados valorativos y en la radicalidad de las propuestas. El llamamiento que al entrar en la Iglesia “te” hizo Dios, ese mismo Dios quiere que “ahora” –en la historia personal que “tú” estás viviendo– tome formas concretas y adquiera contenidos determinados, a los que Dios “te” llama: es Voluntad de Dios para la Gloria de Dios. Ahí, en la llamada de Dios, se funden santidad y apostolado. Éste es el “clima” de estas últimas etapas del plano inclinado. Se ve la meta del camino. Sólo en la fidelidad a la misión apostólica se da, según Camino, la vida contemplativa en medio del mundo.

Camino nos presenta así, brotando sus textos a lo largo de los diez primeros años del Opus Dei, 1928-1938, un testimonio teológico-espiritual de su mensaje y de su vida; un testimonio de gran valor para comprender la aventura que vivió –y en la que nos envolvió a muchos de los aquí presentes– el Beato Josemaría Escrivá. Él mismo lo explicó, a propósito de Camino, precisamente en esta inmensa América, en Sào Paulo:

“Lo he escrito para todas las almas, no para nosotros sólo; pero es evidente que aquello está impregnado del espíritu del Opus Dei. Nada de lo que hay allí es ajeno al Opus Dei, pero no todo el espíritu del Opus Dei se encuentra ahí”(37).

* * *

En fin, tengo la esperanza de que todo esto puedan compulsarlo con mayor detenimiento en la edición crítica de Camino, que está ya en manos del editor y que, si Dios quiere, verá la luz al final de este año. Pero, ya desde ahora, quiero dar las gracias a la Presidencia del Congreso por haber podido hacer, en la hermosa ciudad de Buenos Aires, este adelanto de mis estudios crítico-históricos sobre la gran obra de Josemaría Escrivá. De nuevo, muchas gracias.

Pamplona, 7 de junio de 2001

Notas

* Texto de la conferencia inaugural del Congreso “Hacia el Centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá (1902 – 2002)” celebrado en Buenos Aires del 28 de junio al 1 de julio de 2001.

(1). Una sobria y acertada información sobre los ámbitos temáticos en que se mueve nuestra investigación se encuentra ya en Josep Ignasi SARANYANA, “Cincuenta años de historia”, en José MORALES (dir.), Estudios sobre 'Camino', Rialp, Madrid 1988, pp. 59-65. Basta transcribir los títulos de los tres apartados del breve artículo: Las fuentes de 'Camino', Historia de la redacción, Estructura del libro. — Una información más detenida y documentada sobre las cuestiones que abordamos en esta conferencia podrá encontrarse en la edición crítica de Camino, de próxima publicación, especialmente en la Introducción General. [N. de la R.: los datos de esa edición son: Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, edición crítico-histórica a cargo de Pedro RODRÍGUEZ, prólogo de Javier ECHEVARRÍA, vol. 1 de la Serie I de la «Colección de Obras Completas», Rialp, 1ª ed., Madrid 2002, XXXVI + 1196 págs.; 2ª ed. corregida, junio 2002]

(2) Consideraciones Espirituales procede masivamente de esos Cuadernos, que son la pieza fundamental de un conjunto de escritos autógrafos que el Autor dejó reunidos y preparados y que, bajo el título de Apuntes íntimos, fueron presentados a la Causa de Canonización.

(3) Se encuentran estos Cuadernos en el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei (AGP), sec. A, leg. 47, carp. 5 (cuadernos I a IV) y 6 (cuadernos V a VIII dupdo). El Cuaderno I llegaba hasta marzo de 1930. “La razón que le movió a destruirlo –escribe Álvaro del Portillo en la Nota preliminar a esos Apuntes– fue que ahí había consignado muchos sucesos de tipo sobrenatural y muchas gracias extraordinarias que le concedió el Señor” y el Beato Josemaría “no quería que, basándonos en esos dones extraordinarios, le tuviésemos por santo, cuando no soy más que un pecador”.

(4) Un dato sobre este crescendo. De los 246 (en realidad 247) puntos que contiene el primer fascículo, 6 proceden del Cuaderno II, 10 del III, 44 del IV, 112 del V, 8 del Apéndice I (las notas de su retiro espiritual en Segovia) y 61 del Cuaderno VI, que era en el que iba escribiendo cuando puso punto final y encargó mecanografiar el texto. Hay 6 textos de Consideraciones Espirituales que no he podido identificar. Todo hace pensar que proceden del Cuaderno I de Apuntes íntimos (el que quemó).

(5) Apuntes íntimos, nº 167, 23-II-1931.

(6) Notas de una tertulia, Roma 22-III-66; texto en AGP, sec. A, leg. 51.

(7) Ejemplares en AGP, sec. A, leg. 54, carp. 1, exp. 1.

(8) En esta época el Autor se referirá con frecuencia a este fascículo (y al siguiente) llamándoles así: Consejos.

(9) “El cuaderno en que había empezado a escribir sus pensamientos no tenía la cruz en la tapa sino dentro, en un ángulo de la primera página. Era una cruz formada por cuatro flechas disparadas hacia los cuatro puntos cardinales. No había copia que yo sepa de aquel cuaderno. Estaba escrito a mano de su puño y letra. Lo llevaba consigo. A veces en el quiosco de la Castellana que había cerca de la esquina de la calle de Riscal, donde íbamos algunas tardes al anochecer, nos leía páginas enteras, o a veces tan sólo dos o tres pensamientos” (Pedro Rocamora, Testimonio, Madrid 12-XI-1977; AGP, sec. A, leg. 100-48, carp. 3, exp. 5). La “Castellana” es una de las Avenidas más clásicas de Madrid. Pedro Rocamora Valls (1911-1993), natural de Madrid, que sería un conocido abogado y periodista, trataba con el Fundador del Opus Dei desde 1928.

(10) En las “Normas provisionales” a velógrafo (1933) que el Beato Josemaría entregaba a los que se acercaban al apostolado del Opus Dei se nombra, como una “norma del plan de vida espiritual”, la diaria “lectura de un capítulo de los Santos Evangelios y –si pueden– de algún libro espiritual”. En nota a pie de página está escrito: “Conviene que lean con frecuencia los ‘Consejos o Consideraciones espirituales’”. Texto mecanografiado en AGP, sec. A, leg. 49, carp. 5, exp. 2.

(11) Nota de Josemaría Escrivá al P. Valentín Sánchez Ruiz, Madrid XII-1931; escrita sobre el ejemplar autógrafo de Santo Rosario que envió a su confesor y éste le devolvió. Se encuentra en AGP, sec. A, leg. 58, carp. 2, exp. 1. La cursiva es del Autor.

(12) Carta 29-XII-1947/14-II-1966, n. 92. Es un documento con dos fechas. Se encuentra en AGP, sec. A, leg. 53, carp. 2, exp. 7.

(13) Ibidem.

(14) Como vemos, el Autor vuelve a sus palabras de 1931 sobre el fin que se propuso al escribir Santo Rosario: “empujar por el camino de la contemplación”, subrayando “en medio de la calle”, pues en el espíritu del Beato Josemaría, la contemplación o la vida de oración (ser “almas de oración”) es –siempre– oración en medio de la calle, en medio del mundo, en medio de la actividad secular, y compenetrada con ella en “unidad de vida”. Esto hace que, incluso en fecha posterior al documento que hemos glosado, pueda volver a la sencilla fórmula de 1931. En 1971 le preguntaban: ¿Cuál es el principal mensaje de Camino? Y respondía de manera nítida: “Llevar a las almas a hacer oración, que es llevarlas a hablar con Dios y a tener vida interior” (Notas de un coloquio, Roma 8-IV-1971; AGP, sec. A, leg. 51). Y radicalmente es eso, y si el que tome a Camino como guía de oración es un laico, la meditación del libro y su enseñanza le empujará desde dentro a la santificación del trabajo y de la vida secular.

(15) Hay, por supuesto, adición de nuevos textos y nueva configuración del ordo.

(16) Notas de una tertulia, Sâo Paulo 29-V-1974; AGP, sec. A, leg. 51.

(17) Entrevista concedida a Jacques Guillemé-Brûlon y publicada en Le Figaro (París), el 16-V-1966; texto en Conversaciones, 36.

(18) Había dicho en la citada entrevista: “Entre las personas que por propia iniciativa lo han traducido, hay ortodoxos, protestantes y no cristianos”.

(19) Notas de una tertulia, 29-V-1974; AGP, sec. A, leg. 51. Vid. infra nota 37. Un estudio sobre el espíritu del Opus Dei, parece cosa clara, no puede limitarse a Camino.

(20) “[Estas Consideraciones Espirituales] sólo son útiles para determinadas almas, que quieren de veras 1) tener vida interior 2) y sobresalir en su profesión, porque esto es obligación grave” (Carta de Josemaría Escrivá a Francisco Morán, Madrid 26-IV-1934; EF 340426-1; subrayado del original).

(21) Entrevista citada en nota 17; texto en Conversaciones, 36. El Autor dijo también al periodista, a propósito de Camino: “No es un código del hombre de acción”.

(22) Cfr. CONC. VATICANO II, Const. Lumen Gentium, nº 8; Decr. Unitatis redintegratio, nº 3. Vid. a este propósito las agudas observaciones de Álvaro del PORTILLO, “Significado teológico-espiritual de Camino”, en Estudios sobre 'Camino', cit. en nota 1, pp. 48s.

(23) Cántico espiritual, prólogo, 1; Vida y obras de San Juan de la Cruz, ed. crítica de Lucino del Ssmo. Sacramento, BAC 15, 13ª ed., Madrid 1991, p. 603.

(24) Miguel A. GARRIDO GALLARDO, “Literatura espiritual española del siglo XX. Sobre la obra escrita del Beato José María Escrivá de Balaguer”, en Homenaje al Prof. José Fradejas Lebrero, Ed. UNED, vol. II, Madrid 1993, pp. 629-642; cita en p. 634. La cita de Camino es del prólogo.

(25) Allí se lee: “No es cosa fácil hacer una división de las notas que componen estos apuntes, escritos sin pretensiones literarias ni de publicidad, respondiendo a necesidades de jóvenes seglares universitarios dirigidos por el autor. –Sin embargo se ha intentado ordenar aquellas notas –no pretendiendo con ello llenar innegables lagunas y omisiones, ni retocar el estilo familiar y afectivo– para facilitar su lectura provechosa, aunque en general en cada una de las partes, por la índole misma de los puntos que se tocan, se trate de diversas materias”.

(26) Hice una propuesta teológica sobre Camino en “‘Camino’ y la espiritualidad del Opus Dei”, en Teología Espiritual 9 (1963) 212-245; puede leerse también en Pedro RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, Pamplona, Eunsa, (“Colección Teológica”, 50), 2ª ed, Pamplona 1987, pp. 85-123. Allí buscaba una comprensión sistemática del contenido teológico de Camino; aquí lo que buscamos es la comprensión teológica de la estructura que el Autor da a su libro.

(27) Sólo el último capítulo, “Devociones”, estaba ya en Consideraciones Espirituales. De los 58 puntos de esta Sección A sólo 13 provienen del libro de Cuenca, y de ellos, 9 están en el capítulo “Devociones”.

(28) No mucho después el Autor formulará su doctrina espiritual sobre la Eucaristía por medio de la expresión “la Santa Misa, centro y raíz de la vida cristiana”.

(29) Tomás de Aquino las calificaba de “fundamentales” en el sentido de “fundamento del edificio espiritual”: ante todo, la Fe, que lo es de la manera más estricta y positiva (cfr. Summa Theologiae, IIª-IIae q. 4 a. 1).

(30) José MORALES, “Introducción” a Estudios sobre 'Camino', cit. en nota 1, p. 36.

(31) El punto 1, en la redacción originaria de Apuntes íntimos, nº 586, redactado el 26-I-1932, comenzaba así: “Niño: que tu vida no sea...”

(32) Mientras preparaba Camino iba reuniendo fichas que guardaba en un sobre que tituló “Cosas pequeñas” y se conserva (AGP, sec. A, leg. 50-4, carp. 1, exp. 19). Quizá algunas de ellas salieron de allá y pasaron al capítulo de Camino de este mismo nombre.

(33) Así lo que explica en el punto 852.

(34) En una meditación que predicó durante un retiro espiritual en Madrid en 1945 (no se ha podido establecer la fecha exacta) sobre “El valor de las cosas pequeñas” dijo al comenzar, según las notas que se tomaron: “Nosotros –tú y yo– no podemos descuidar las cosas pequeñas, que constituyen el entramado de nuestra vida. Si nos empeñamos de verdad en el seguimiento de Cristo, si buscamos sinceramente la santidad mediante la santificación del trabajo ordinario, no tenemos más remedio que ser fieles en lo pequeño” (AGP, sec P, leg 18, pg 22).

(35) Sobre el tema vid José LUIS ILLANES, La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, Palabra [“Biblioteca Palabra”, 30], 10ª ed, Madrid 2001, pgs 140-145.

(36) Así, Giuseppe DALLA TORRE, “La animación cristiana del mundo”, en M. BELDA y otros (dir.), Santidad y mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1996, pp. 199.

(37) Notas de una tertulia, São Paulo (Brasil), 29-V-1974; AGP, sec. A, leg. 51.

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