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Se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana29, no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar.

Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.

Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás. Cuando venga el Hijo del hombre con toda su majestad y acompañado de todos sus ángeles, sentarse ha entonces en el trono de su gloria, y hará comparecer delante de él a todas las naciones, y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, poniendo las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda.

Entonces el rey dirá a los que estarán a su derecha: venid, benditos de mi padre, a tomar posesión del reino, que os está preparado desde el principio del mundo. Porque yo tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era peregrino, y me hospedasteis; estando desnudo, me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme. A lo cual los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos nosotros hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber?, ¿cuándo te hallamos de peregrino y te hospedamos, desnudo y te vestimos?, o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a visitarte? Y el rey en respuesta les dirá: en verdad os digo, siempre que lo hicisteis con algunos de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis30.

Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad.

Notas
29

Cfr. Tertuliano, Apologeticum, 17 (PL 1, 375).

30

Mt XXV, 31-40.

Referencias a la Sagrada Escritura
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