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Jesús ha dicho que no al demonio, al príncipe de las tinieblas. Y en seguida se manifiesta la luz. Con eso le dejó el diablo; y he aquí que se acercaron los ángeles y le servían32. Jesús ha soportado la prueba. Una prueba real, porque, comenta San Ambrosio, no obró como Dios usando de su poder (¿de qué, entonces, nos hubiera aprovechado su ejemplo?), sino que, como hombre, se sirvió de los auxilios que tiene en común con nosotros33.

El demonio, con intención torcida, ha citado el Antiguo Testamento: Dios mandará a sus ángeles, para que protejan al justo en todos sus caminos34. Pero Jesús, rehusando tentar a su Padre, devuelve a ese pasaje bíblico su verdadero sentido. Y, como premio a su fidelidad, cuando llega la hora, se presentan los mensajeros de Dios Padre para servirle.

Vale la pena considerar este modo, que Satanás ha utilizado con Jesucristo Señor Nuestro: argumenta con textos de los libros sagrados, torciendo, desfigurando de modo blasfemo su sentido. Jesús no se deja engañar: bien conoce el Verbo hecho carne la Palabra divina, escrita para salvación de los hombres, y no para confusión y condena. Quien está unido a Jesucristo por el Amor, podemos concluir, no se dejará nunca engañar por un manejo fraudulento de la Escritura Santa, porque sabe que es típica obra del diablo tratar de confundir la conciencia cristiana, discurriendo dolosamente con los mismos términos empleados por la eterna Sabiduría, intentando hacer —de la luz— tinieblas.

Contemplemos un poco esta intervención de los ángeles en la vida de Jesús, porque así entenderemos mejor su papel —la misión angélica— en toda vida humana. La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos.

La Iglesia, al hacernos meditar estos pasajes de la vida de Cristo, nos recuerda que, en el tiempo de Cuaresma, en el que nos reconocemos pecadores, llenos de miserias, necesitados de purificación, también cabe la alegría. Porque la Cuaresma es simultáneamente tiempo de fortaleza y de gozo: hemos de llenarnos de aliento ya que la gracia del Señor no nos faltará, porque Dios estará a nuestro lado y enviará a sus Ángeles, para que sean nuestros compañeros de viaje, nuestros prudentes consejeros a lo largo del camino, nuestros colaboradores en todas nuestras empresas. In manibus portabunt te, ne forte offendas ad lapidem pedem tuum35, sigue el salmo: los Ángeles te llevarán con sus manos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna.

Hay que saber tratar a los Ángeles. Acudir a ellos ahora, decir a tu Ángel Custodio que estas aguas sobrenaturales de la Cuaresma no han resbalado sobre tu alma, sino que han penetrado hasta lo hondo, porque tienes el corazón contrito. Pídeles que lleven al Señor esa buena voluntad, que la gracia ha hecho germinar de nuestra miseria, como un lirio nacido en el estercolero. Sancti Angeli, Custodes nostri: defendite nos in proelio, ut non pereamus in tremendo iudicio36. Santos Ángeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo juicio.

Notas
32

Mt IV, 11.

33

S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 1, 4, 20 (PL 15, 1525).

34

Ps XC, 11 (Tracto de la Misa).

35

Ps XC, 12 (Tracto de la Misa).

36

De una oración dirigida a San Miguel, en las fiestas litúrgicas que le dedica el Misal romano.

Referencias a la Sagrada Escritura
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